Fredy Moreno
COLPRENSA | LA PATRIA | Bogotá
Casi todas las personas que han tenido la oportunidad de dirigir la Fiscalía General de la Nación aseguran que la entidad aún está en pañales, aunque otros consideran que es adolescente. Hoy está cumpliendo 20 años y hay quienes discuten su madurez. Como sea, a esta edad, es una institución que goza de prestigio en el país, respetada por las demás instituciones del Estado, reconocida en el mundo y, lo más importante, temida por el crimen.
El nacimiento de esta hija legítima de la Constitución de 1991, que comenzó a operar el primero de julio de ese año, significó un cambio total en el sistema penal: de un sistema inquisitivo, en el que el juez era investigador, acusador y fallador, se pasó a uno acusatorio, en el que los fiscales investigan y acusan, y el juez falla de acuerdo con las conclusiones que le presenta el fiscal; naturalmente, con la intervención de la defensa del sindicado.
Para la época, por supuesto, en Colombia no había tradición de sistema penal acusatorio. Así que la Fiscalía absorbió a los jueces de instrucción criminal, a los jueces superiores, a los jueces de aduanas y a muchos otros funcionarios que nada sabían de ese sistema y que tuvieron que cambiar su contextura intelectual de jueces por la de fiscales.
Todo comenzó en un piso alto del Hotel Hilton, en el centro de Bogotá. Allí funcionó la primera sede del ente acusador, mientras que en el resto del país se tuvieron que adaptar casas y oficinas. Poco después, en la capital, fue trasladada a una casita en el costado sur del Parque Nacional, antes de llegar al famoso búnker en donde hoy tiene su base la entidad.
No ha sido una trayectoria sencilla y su historia no es fácil de contar. La narran, a grandes rasgos, quienes ocuparon el puesto de Fiscal General de la Nación. Todos ellos coinciden en que si bien el fortalecimiento de la entidad depende del Estado, el mejor estímulo proviene de los colombianos, de su confianza, y en la medida en que denuncien las conductas delictivas.
Acá están las impresiones de quienes tuvieron las riendas de un organismo que hoy está conformado por unos 27 mil funcionarios. Sus percepciones, autorizadas por la experiencia, permiten construir una idea de las dificultades, logros y expectativas que conforman las circunstancias en las cuales se desenvuelve la Fiscalía General de la Nación.
Gustavo de Greiff (1992-1994)
Los dos momentos estelares de la Fiscalía en mi época fueron el reconocimiento de la inocencia de tres personas detenidas como presuntos responsables del atentado contra Luis Carlos Galán, y segundo el desmembramiento del cartel de Medellín, en el que, naturalmente, intervinieron otras entidades como el Ejército y la Policía. Claro que como pasa siempre en la vida y como decía el presidente Kennedy, el bus de la victoria tiene muchos pasajeros y al de la derrota le faltan. Muchos se quieren atribuir lo relativo al cartel de Medellín como si fueran los autores, los iniciadores y las cabezas decisivas en ese proceso. Lo otro fue la esperanza que despertamos en el pueblo colombiano y la confianza que el pueblo nos dio. También dejé listos los planos y el proyecto de construcción del búnker donde hoy funciona a Fiscalía.
En mi tiempo los dos grandes problemas de la Fiscalía eran el narcotráfico y el delito común.
Alfonso Valdivieso Sarmiento (1994-1997)
El fortalecimiento institucional. Era una institución muy recién nacida y necesitaba esfuerzos en la parte de estructura, en la formación de fiscales y funcionarios y muchos esfuerzos en cuanto a su estructura física. Logramos integrar un equipo de alta dirección que produjo buenos resultados investigativos.
La Fiscalía se ve entorpecida por una deficiente contribución de la sociedad a poner en evidencia actos delictivos, a denunciar. Otro problema grave es la sucesiva asimilación de responsabilidades adicionales: se crean nuevos tipos delictivos, se establecen otras jurisdicciones como justicia y paz, menores, etcétera, sin que se ajuste el aparato institucional. Fíjese justicia y paz cuánto esfuerzo ha requerido y cuántos funcionarios ha desplazado exclusivamente a esa responsabilidad. Favorecería la labor de la Fiscalía el hecho de que se desmitifique la denuncia, que se vuelva más normal que los grandes problemas delictivos salgan a la luz pública.
Alfonso Gómez Méndez (1997-2001)
Más allá de los buenos resultados que se tuvieron en algunos procesos en materia de corrupción, de parapolítica y de lucha contra la guerrilla, lo mejor fue la organización interna de la Fiscalía, la creación de las unidades nacionales dependiendo directamente del despacho del Fiscal: la Unidad Nacional Anticorrupción, la Unidad Nacional Antinarcóticos e Interdicción Marítima (Unaim); la Unidad Nacional de Lavado de Activos y Extinción de Dominio, la Unidad Nacional de Derechos de Autor y el fortalecimiento de la Unidad Nacional de Derechos Humanos.
Creo haber fortalecido mucho el Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI); le dediqué mucho a capacitación del CTI. Creamos la escuela para la formación de investigadores, que lamentablemente fue eliminada después. Desde luego, faltó haber profesionalizado más el CTI. Es un período de cuatro años en donde no se alcanzan a cumplir las metas. En la Fiscalía no hay reelección.
Luis Camilo Osorio (2001-2005)
Hicimos una gerencia pública con mecanismos de control y eficacia de los resultados. Lideramos una reforma que permitiera hacer un sistema de partes iguales, concentrado, adversarial, que le diera transparencia a la justicia, con garantías al ciudadano. Metimos la justicia en una pecera: la pusimos a los ojos de todos.
Estuvimos recabando la posibilidad de tomar la mejor Policía y acabáramos de completar su formación con capacidades de técnicos judiciales. La Fiscalía tiene que ser un organismo rector de valores superiores. Debe invocarse la necesidad de que sean seres humanos de calidad superior los que tengan la capacidad de acusar, de buscar los responsables.
Mario Iguarán Arana (2005-2009)
Nos correspondió el momento histórico-jurídico particular de implementar el nuevo sistema penal acusatorio y la oralidad, y también Justicia y Paz, un instrumento de justicia transicional que no tenía antecedentes en Colombia. Como si eso no fuera suficiente, nos correspondieron unas coyunturas que no solo agitaron la vida política del país, sino también el desarrollo judicial: los denominados ‘falsos positivos’, la parapolítica, desaparecidos (como los del Palacio de Justicia). El legado, no mío, sino de quienes me acompañaron, los valerosos y comprometidos fiscales, investigadores, y personal administrativo, fue darle trascendencia a la Fiscalía.
Creo que nos quedaron pendientes muchos procesos, porque los tiempos procesales son diferentes a los tiempos periodísticos; las realidades procesales son distintas a otras realidades.
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