Mapa de la OTAN y su entorno

Mapa | Adaptado de un mapa tomado de wikipedia.org | LA PATRIA

En azul marino: los Estados miembros de la OTAN

En azul claro: los "socios globales": países que colaboran regularmente con la OTAN pero que no pueden ser incorporados a esta por no cumplir con los requisitos geográficos (Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda son también socios globales, pero no aparecen en el mapa –al igual que Japón, del cual solo una pequeña parte aparece–)

En verde oscuro: los países que han iniciado las negociaciones para una integración a la OTAN

En verde claro: los países a los cuales se ha prometido el ingreso a la OTAN en el futuro

En rojo: Rusia

En amarillo: China

LA PATRIA | MANHIZALES

Existe en la politología la teoría de la paz democrática, que postula que las democracias (las auténticas, no las de fachada) no son proclives a enfrentarse de manera bélica entre sí, ello por varias razones: la obligación de sus gobernantes a rendir cuentas ante las instituciones de poder y a respetar el derecho doméstico e internacional, el temor de perder elecciones a causa de involucramientos conflictivos con naciones de misma índole ideológica, etc.

Esta noción, habiendo mostrado en buena medida su veracidad en la praxis, no protege sin embargo a las democracias de agresiones por terceros autoritarios que no se atengan a este marco normativo. De ahí surgió la voluntad para (originariamente) 12 países democráticos de reunirse en 1949 (en la etapa inicial de la Guerra Fría) bajo la promesa de protección mutua consagrada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con el artículo 5 de dicho tratado (que estipula que un ataque contra un miembro equivale a un ataque contra todos) como santo grial.

El politólogo estadounidense Francis Fukuyama teorizó hace tres décadas que la victoria del modelo democrático liberal que significó la conclusión de la Guerra Fría haría que este estándar se difundiera en todo el orbe y que, en concordancia con el concepto de paz democrática, resultaría de este auge el cese de los conflictos armados y la estructuración de un orden global estable, pacífico y sempiterno: ello significaría, según él, "el fin de la historia".

Pero la historia ya ha demostrado en reiteradas ocasiones que se desarrolla independientemente de las trayectorias que le intenten profetizar los humanos; en vez de "finalizar", está más bien, de algún modo, repitiéndose: mientras que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) presentaba, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, la amenaza principal que motivó la creación de la OTAN, su heredera la Federación Rusa constituye el mayor objeto explicativo de la más reciente ampliación de la alianza, que se está dando ahora, tres cuartos de siglo después.

Cuestión de pragmatismo

Lo que se ha estado urdiendo con la OTAN últimamente es una reconfiguración de los posicionamientos tradicionales de unos países europeos. La escuela de pensamiento realista del ámbito de las relaciones internacionales identifica diferentes tipos de estrategias susceptibles de ser adoptadas para salvaguardar la seguridad y los intereses nacionales.

El hedging ("la evasión") supone asumir una postura que equilibra cooperación (o complacencia) y confrontación con una misma potencia para evitar la generación de antagonismo, pero aun así mantener una capacidad de apalancamiento y flexibilidad frente a diferentes situaciones con respecto a dicha potencia. Esta era la posición privilegiada por Suecia y Finlandia en su política de neutralidad castrense, lo que les permitía reprobar las derivas de Rusia sin causar demasiada hostilidad por su parte.

Es también lo que Turquía ha estado haciendo, mostrándose frecuentemente ambivalente sobre las condenaciones y sanciones a Rusia por sus homólogos de la OTAN y buscando mantener una cierta cordialidad y relación de confianza con Moscú, pero sin renunciar a su alineamiento militar inequívoco con Occidente.

No obstante, con la plena invasión a Ucrania por su enorme vecino, Suecia y Finlandia (esta última nación comparte 1.380 kilómetros de frontera con Rusia) rompieron su neutralidad al pasar a una estrategia de balancing ("balance"), que implica unirse claramente con un aliado más fuerte (en este caso la OTAN) para protegerse ante una creciente amenaza.

La teoría de la elección racional plantea que los comportamientos sociales, y por extensión estatales, son regidos por afanes similares a los del mercado: se busca el mayor beneficio al menor costo o riesgo. Siguiendo este pensamiento racional, se puede afirmar que, para la población y la clase política suecas y finlandesas, el statu quo del que se satisfacían con ser neutrales quedó invalidado por las recientes puestas en aplicación de las aspiraciones expansionistas del Kremlin, y juzgaron consecuentemente que lo que ganarían al guarecerse bajo el escudo de la OTAN pasó a superar los peligros que este giro supondría.

Lo mismo sucedió este lunes con Turquía, que aceptó finalmente la incorporación de Suecia a la alianza a pesar de la voluntad de Ankara de no enemistarse con Rusia: decidió que la salud de su relación con sus pares de la OTAN valía más que su actitud de hedging hacia Moscú (tiene por ejemplo miradas a un futuro ingreso a la Unión Europea).

Asimismo, las ganancias de otorgar precipitadamente una membresía de la alianza a Ucrania se consideraron demasiado escasas en comparación con los riesgos corridos dada la guerra en vigor, por lo que esta posibilidad ha sido descartada por los aliados mientras duren las beligerancias.

 

Foto | Tomada de atlanticcouncil.org | LA PATRIA

Los dirigentes de seis de los 31 Estados miembros de la OTAN con algunos de sus aliados durante la cumbre celebrada esta semana en la capital de Lituania, Vilna. De izquierda a derecha: el primer ministro británico, Rishi Sunak; el canciller alemán, Olaf Sholz; el presidente francés, Emmanuel Macron; el primer ministro japonés, Fumio Kishida; el presidente estadounidense, Joe Biden; el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski; el primer ministro canadiense, Justin Trudeau: la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

El choque de visiones

Lo que se está viendo ahora en el mundo es el inicio de una conflagración producida por la colisión entre dos frentes ideológicos de gobernanza: por un lado, los países de la OTAN y sus coligados promueven la democracia liberal, caracterizada por un sistema democrático bipartidista o multipartidista, una estricta separación de poderes, el acatamiento al Estado de derecho y el respeto de las libertades civiles y de los derechos humanos, todo ello combinado con una economía de mercado liberalizada (aunque es pertinente precisar que no son todos los países en cuestión que cumplen integralmente con estos requisitos).

Este patrón es la culminación de una tradición filosófica iniciada en la Ilustración y que se cimentó realmente en Europa, aunque de modo paulatino, después de la hecatombe que fue la Segunda Guerra Mundial, pero más aún tras el remate de la Guerra Fría.

En la otra esquina del cuadrilátero están países como Rusia y China, que exhiben deseos de revancha contra la historia que los ha desfavorecido bastante en la actual Edad Contemporánea. El gigante asiático, que antaño gozaba del estatus de potencia incontestable en el oriente de su continente, conoció en los siglos XIX y XX un fulgurante declive socioeconómico en el que se vio además humillado por los europeos y luego los japoneses que se apoderaron de porciones de su territorio.

Rusia, por su parte, había alcanzado ser en su periodo imperial el tercer Estado más extenso que haya jamás existido (solo superado por los imperios Mongol y Británico). Pero el país tardó demasiado en industrializarse y, a inicios del siglo pasado, la gran mayoría de su población seguía viviendo en paupérrimas condiciones, mucho peores que las que presentaban generalmente en Occidente en esos años.

Las ideas comunistas emanando de filósofos alemanes parecieron ser entonces para los pueblos ruso y chino la oportunidad soñada de recuperar su demora histórica, e incluso adelantar la historia misma al presentarse como poseedores de la virtud absoluta que curaría el mundo de los males del capitalismo. En efecto, según la doctrina marxista, el alcance del comunismo global representaría la quintaesencia de la historia de la humanidad, liberada del yugo de las desigualdades, y al ser los adalides de este ideal, estas dos naciones pretendían vengarse contra las injusticias históricas y alzarse como pueblos mesías.

Lamentablemente, decenas de millones de vidas fueron "sacrificadas" en esta aventura que acabó fracasando totalmente. La URSS, que era su encarnación por excelencia, se desintegró. Rusia perd de golpe su gloria imperial y sufrió la humillación de ser una vez más superada por Occidente, con varios de sus exconstituyentes o esferas de influencia acercándose además a este.

Mientras que los rusos están todavía sufriendo el deshonor de ser una superpotencia caída, China, en cambio, ha logrado recuperar siglos de subyugación extranjera y de de atraso de desarrollo y para [re]convertirse gradualmente en una superpotencia (no gracias al comunismo –que, como cualquier país "comunista", nunca alanzó–, sino debido a un peculiar modelo combinando aspectos socialistas y capitalistas). Pese a esta distinción, en el fondo se parecen, en el sentido de que están desafiando al orden mundial que Occidente ha construido con sus aliados; exigen tener su algo que decir en la historia que tanto hirió su orgullo nacional en el pasado.

Poco a poco, el fénix del mundo multipolar está renaciendo de sus cenizas. El fin de la historia, al disgusto de Fukuyama y de los amantes de la democracia, parece cada vez más una lejana y cándida utopía.

El presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente Chino, Xi Jinping

Foto | Tomada de cnn.com | LA PATRIA

El presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente chino, Xi Jinping, durante un encuentro en Pekín el 4 de febrero del 2022.