Después de la masacre, el sacerdote de Arboleda no pudo volver y la capilla estuvo en ruinas ya que tampoco quedó quién le hiciera mantenimiento.

Fotos | Rubén Darío López | LA PATRIA

Después de la masacre, el sacerdote de Arboleda no pudo volver y la capilla estuvo en ruinas ya que tampoco quedó quién le hiciera mantenimiento.

LA PATRIA | PENSILVANIA

La vereda Samaria perteneciente al corregimiento de Arboleda (Pensilvania) nunca volvió a ser la misma después de la masacre perpetrada por las Farc al mando de alias Karina y alias Rojas cuando el miércoles 7 de enero del 2004 en la madrugada masacraron en un potrero a ocho campesinos, supuestamente por ser informantes del Ejército Nacional, aunque en el municipio también ronda todavía la versión de que la matanza se produjo por negarse a pagar una cuota extorsiva por cultivos ilícitos de coca.

Cuatro años antes, el 29 de julio del 2000, las Farc se tomaron el corregimiento de Arboleda destruyendo el centro del poblado y asesinando a 14 policías y a tres civiles.

José Virgilio Flórez Nieto en ese entonces vivía en el caserío Samaria y a pesar de sufrir una grave discapacidad motriz se dedicaba a la agricultura y desde esa fecha solamente ha vuelto una vez a su tierra, hace siete años. Pasados unos años entró en el programa de la Ley de Víctimas, pero aún sigue esperando una indemnización como desplazado y víctima de la violencia ya que en esta masacre perdió a un hermano, cinco primos y dos amigos.

José Virgilio Flórez Nieto, de 54 años, vive en Pensilvania en uno de los apartamentos que el Gobierno construyó como casas de interés social en el 2014. Ya es conocido por la ciudadanía que en algo le colabora y es común verlo caminando por las calles con dificultad por deformidad en sus pies. Es conocido porque siempre lleva consigo una cruz y estampas religiosas, además de su larga cabellera y espesa barba.

“Después de esa matanza la vida en Samaria cambió radicalmente, ya que solamente quedaron soledad y tristeza porque la mayoría de familias tuvieron que emigrar hacia otros sitios como Medellín y Pensilvania, dejando sus finquitas y parcelas abandonadas”, dice José Virgilio.

Las pocas familias que continúan allí viven en la pobreza y alejados de los beneficios que deben recibir las víctimas.

Hacia el 2004 en Samaria vivían 44 familias. Esta es de las veredas más lejanas de la cabecera municipal, a un día de camino cruzando el ramal Miraflores de la Cordillera Central; aunque hoy también se puede llegar al sitio viajando primero al corregimiento de Arboleda y de allí, son cuatro horas por camino de herradura para llegar al destino.

En Samaria había puesto de salud, Inspección de Policía, escuela (cerrada desde hace meses por enfermedad del profesor), capilla, fincas productivas de fríjol, maíz, café y ganado todo lo cual se comercializaba con el corregimiento Puerto Venus, de Nariño (Antioquia); por estar más cerca, pero llegó la violencia, la masacre y todo se derrumbó.

Hoy las fincas y parcelas “están en rastrojo, en monte, abandonadas y a nadie parece importarle” dice José Virgilio quien termina anotando que al caserío El Congal de Florencia (Samaná), donde también hubo asesinatos y desplazamiento; el Estado construyó vías de acceso, reconstruyó el caserío, y varias familias retornaron a su terruño. "En Samaria nada de eso nos ha favorecido”, concluye.

Las víctimas

José Jesús Flórez Nieto, Nolberto Nieto Valdez, Nelson Yair Nieto Tabares, Wilson Gonzalo Nieto Tabares, Búber Gutiérrez Nieto, Gabriel Quintero Franco, Jhon Fredy Castaño Osorio y José Vicente Castaño Osorio.

El párroco de Arboleda, Jairo de Jesús Cardona López, en el año 2016 reconstruyó la capilla con la colaboración de personas generosas y actualmente el sacerdote llega mensualmente a celebrar la misa en comunidad. El presbítero Cardona López ahora labora en Norcasia.

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