Foto | Archivo | LA PATRIA

Foto | Archivo | LA PATRIA
Doña Pilar Villegas de Hoyos fue una gran señora, una mujer que encarnaba el señorío de la mujer manizaleña y caldense; miembro eminente (como su padre) de una dinastía familiar que supo enaltecer la ciudad en todo, heredera de una tradición de servicio a la que dio continuidad con la genialidad que la caracterizaba y el ardor que en todo ponía, haciendo honor al significado de su nombre -soporte, columna. Privilegiada en todo, sin hacer ostentación de nada, asumiendo su realidad con la sencillez y discreción de quien es consciente de que todo lo que somos y tenemos es en Dios y de que lo que hemos recibido es para el crecimiento y edificación de todos.
Doña Pilar fue un referente de participación de la mujer en la vida política de la ciudad, de la región y del país, una política entendida y asumida como servicio desinteresado y generoso al bien común. Ella trasegó por todos los ámbitos del quehacer político y lo hizo con altura y dignidad, iluminando, aportando, sirviendo, viendo en ese campo una magnífica oportunidad de contribuir al progreso y al desarrollo de la ciudad y del departamento, proyectando la región con orgullo y visión de futuro. Doña Pilar fue una mujer cívica, dejando la impronta de un civismo de raíces profundas, en sus motivaciones, espíritu e intención, hizo brillar la ciudad con luz propia y posibilitó a lo largo de la historia obras, fundó instituciones, impulsó iniciativas, de una fecundidad y nobleza que podrían escribirse en un libro con letras de oro.
Doña Pilar fue una mujer de Iglesia, de fe, de oración, de vida sacramental, de eucaristía, de principios y valores, comprometida en las grandes causas de la Arquidiócesis de Manizales, como su señor padre. Su vida cristiana la vivió con un profundo sentido de Iglesia, tenía muy claro que no se puede ser plena y auténticamente cristiano sin sentido de pertenencia y comunión con la Iglesia, porque la Iglesia es también Cristo. Cercana al mundo eclesiástico en el que se le valoraba y apreciaba, amiga de prelados y obispos que han pastoreado la Iglesia diocesana.
Doña Pilar fue una mujer política integral que nunca se avergonzó de creer en Dios, de profesar públicamente su fe, de vivir sin prejuicios ni inhibiciones la vida cristiana, de trascender la inmediatez y materialidad del mundo, del hombre y de las instituciones, además comprendió muy bien que la condición laica de un país no riñe con el diálogo civilizado con todos los actores que forman parte de la realidad de una Nación y están llamados a contribuir desde las distintas áreas del ser, del saber, de la experiencia y de la propia realidad, a la construcción de una Nación más próspera, justa, buena y mejor.
Por todo ello, Doña Pilar supo vivir y caminar por los caminos de la vida y de la historia, como quien sabe que el momento definitivo de la vida y el encuentro con Dios, nos tiene que encontrar así, administrando la vida con sabiduría, sirviendo con amor y generosidad, haciendo el bien, amando, siguiendo el ejemplo de Cristo; que a Dios tenemos que llegar con las manos llenas de obras buenas y el corazón lleno de amor a Dios y al prójimo.
Sentimientos de gratitud y admiración se hicieron sentir por todas partes a raíz del fallecimiento de doña Pilar. Recuerdo que el año pasado en los barrios de este sector oriental de la ciudad muchas personas se preguntaban, ¿por qué doña Pilar no estuvo en cámara ardiente en el Palacio de la Gobernación? y ¿por qué sus exequias no se realizaron en la Catedral Basílica de Manizales, como ha sido tradición con quienes han sido mandatarios de la ciudad y del departamento?
Que el Dios del amor y de la vida le recompense las buenas obras que en vida hizo, que fueron muchas y le conceda el premio prometido a sus fieles servidores. Que le conceda resucitar para la vida eterna y la acoja bondadoso en su santo cielo. Y que a las puertas de la gloria encuentre a la Madre del redentor, Santa María, de quien era fiel devota y con especial afecto en su advocación de Nuestra Señora del Pilar, y que ella le muestre como abogada, la ternura de una madre y el poder de una reina; que con su mano maternal la lleve a contemplar en el cielo la luz verdadera y disfrutar de la plenitud de la vida que solo en Dios puede el hombre alcanzar. Así sea.

Jaime Galvis Giraldo
Párroco de Nuestra Señora de Los Dolores.