Jorge Abel Carmona Morales*
Lee Isaac Chung ya había mostrado sus atributos cinematográficos, en su debut, con una película de nombre Munyurangabo, hablada en Kiñaruanda, el principal idioma de Ruanda y en la cual el genocidio Tutsi por parte de la etnia Hutu ocurrido en 1994 sigue estando vivo, al menos en la conciencia estética de algunos artistas cinematográficos alrededor del mundo. En el año 2020, regresa con una obra cinematográfica de menos trascendencia histórica, pero de unos acabados más loables que su película iniciática.
Con Minari el director estadounidense de ascendencia coreana del sur, viene a mostrarnos su reposada obra, que tiene las interpretaciones de estupendos actores coreanos, especialmente la que lleva a cabo la veterana actriz Youn Yuh -jung, quien da vida a una abuela despreocupada pero pletórica de amor hacia su familia. La película tiene entre sus principales cualidades la de llevar un ritmo reposado, con tiempos justos, acontecimientos marcadamente realistas, planos bien diseñados, fotografía equilibrada entre el paisaje natural y las intervenciones de los actores en cada una de las escenas y unas tesis existenciales sobre la vida en familia, en la cual, tanto, el padre como la madre responden a sus preocupaciones con una lógica propia de las situaciones sin degradar sus caracteres naturales.
Jacob, el padre de familia que viene de California, de sexar pollos, tiene sueños que lamentablemente su esposa no ve con la misma pasión, pero la ejecución de ellos tiene consecuencias no muy populares dentro de todos los suyos. Sin embargo, la resistencia de Mónica, la madre de los niños, tiene como fondo la protección de la estabilidad económica, que parece resquebrajarse ante tamaña aventura, que para ella tiene todos los tintes de locura. Su insistencia en retornar a una vida anterior en un Estado más promisorio económicamente, no ofrece las mejores perspectivas en la Arkansas rural, cuyos pobladores, están inmersos en una dimensión vital distinta, envuelta por el cristianismo y una vida rural apegada a la tierra. Del afecto que siente por su esposo, queda la costumbre de su vida previa, pero también la incertidumbre de un futuro prometedor para un par de niños “aclimatados” en un medio estadounidense que se mueve entre las paredes de la tecnología como una segunda piel. Esta mezcla de costumbres termina siendo una mímesis que se balancea entre la tradición cultural coreana que lucha por no extinguirse en las prácticas consuetudinarias y las luces de colores que parpadean desde el costado norteamericano marcadas por la opulencia y el “sueño gringo”.
Foto/Tomada de https://bit.ly/2QMw8LK //Papel Salmón
El tema de Minari es el de una familia normal que tiene la necesidad de abrirse paso en un mundo distinto.
Pero éste no es el edulcorado estilo de vida que un inmigrante puede experimentar en ciertos estados de Estados Unidos. Jacob es un hombre realista que también tiene convicciones fuertes por las cuales ha sacrificado incluso el bienestar económico que puede tener en otro lugar de esa extensa geografía. Su racionalidad es uno de sus principales atributos, pero es una razón escindida en cualidades emocionales que le permiten imaginar otras posibilidades y en pos de ello direcciona todos sus esfuerzos. Él quiere construir una granja que le permita autosostenibilidad y se cierra a los escrúpulos espirituales de uno de sus vecinos, admirablemente interpretado por el actor de segunda instancia, Will Patton, cuyos calvarios parecen extraños a unos vecinos coreanos que basan sus vidas en otras cosmologías. En ese peregrinar económico de Jacob, se muestran las dificultades de obtención de recursos suministrados por los bancos. Sin embargo, esa actitud racionalista lo conduce a permanecer en su lucha por construir sus propios cultivos y no es un comportamiento despectivo en sí mismo. La prueba de ello es que él escucha puntos de vista, intenta mantener las reglas de su tradición castigando los actos de mala educación de su hijo. Todo en la película es una insinuación suficientemente expuesta pero no un énfasis desmedido que pudiera dar al traste con la tranquilidad de las situaciones.
No hay excesos, las situaciones radicales tienen quiebre con las personalidades de los individuos quienes se mueven mediante criterios propios de su rol. En un trasfondo lejano en el tiempo, se adivinan las normas de una tradición milenaria que vienen a trasplantarse en una cultura nueva para ellos y a la que se deben adaptar por la fuerza de las circunstancias. Entre Jacob y Mónica penden dos actitudes de vida que son equilibradas por unos principios inconscientes heredados de sus antepasados.
Minari sorprende no por su tema, pues, es el de una familia normal que tiene la necesidad de abrirse paso en un mundo distinto que ofrece oportunidades si se buscan, pero que también puede contener a los seres pasivos que viven mejor en la comodidad de lo que se tiene. La planta que le da nombre a la película simboliza una de las ideas expuestas por la abuela cuando dice que las cosas son menos peligrosas si están expuestas a la vista, pues lo oculto entraña peligro. No obstante, todas las cosas terminarán desvelándose por el cambio de los acontecimientos. Tras la destrucción de parte de sus cultivos, Jacob encuentra en el arroyo las plantaciones de su abuela, de donde trae agua para alimentar a su familia. Arkansas es un Estado modesto de la Unión americana, sus pobladores trabajan en oficios desabridos para ese país económicamente poderoso que puede difuminar los trabajos y las vidas de miles de personas que son los responsables de esa opulencia. Las incomodidades y las carencias de personas son la cara oculta de la abundancia.
Más allá de los premios y las nominaciones, frente a una industria cinematográfica de divertimento y de escasos atributos simbólico artísticos, esta obra se convierte en una propuesta refrescante.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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