Jorge Abel Carmona Morales*
Mi nombre es Dolemite es un homenaje a un hombre que dejó una profunda huella no sólo en el cine afroamericano si no en el Rap, del cual han quedado cantantes memorables que hoy día siguen sonando con la misma intensidad en la industria estética norteamericana. Su protagonista es un actor estadounidense que como muchos otros han decidido realizar la transición de los papeles cómicos a los de línea “seria”, tales como Tom Hanks, Robin Williams, Jim Carrey. Y es que Eddie Murphy, con su Mr. Church y ahora con este gran personaje, viene a consolidar una clara intención de vanagloriar a personajes icónicos de la comunidad afroestadounidense que se han convertido en referentes para ese pueblo discriminado como ninguno.
En esta interpretación Murphy encarna a Rudy Ray Moore, un hombre del espectáculo que grabó numerosos álbumes con letras versificadas pero con una gran cantidad de blasfemias que se convirtieron en éxitos comerciales, pese a su circulación más bien marginal por la negativa de las disqueras a publicar semejantes obras. Además, por la realización de varias películas con escenas disparatadas y en cuyo seno se incluían situaciones de cama que convocaron la atención de la gente. Moore siempre fue un hombre con aspiraciones de sobresalir en algo; desde sus colaboraciones con varias iglesias cristianas en donde oficiaba como predicador y a veces de cantante de Rhitm and Blues, hasta su consolidación como un reconocido comediante de clubes y bares de población afrodescendiente, en su etapa menos famosa, hasta sus grabaciones para el audio y la pantalla donde sus encopetados sombreros y sus extravagantes atuendos, lo convirtieron en toda una celebridad.
Con Mi nombre es Dolemite Ray Moore adquiere una nueva connotación. El proceso por el cual llegó a convertirse en un representante honorable del espectáculo afro. Sus esfuerzos por sobresalir en esa difícil industria y sus ganas de permanecer vigente surtieron efecto, pero las cosas que tuvo que hacer merecen un capítulo aparte.
Foto/Tomada de https://bit.ly2OnkGT1 //Papel Salmón
Rudy Ray Moore fue un comediante, músico, cantante y actor y productor de cine estadounidense.
El soporte dramático se expone convenientemente. Ray Moore empieza como un muchacho con más ganas que talento, pero por una decisión infranqueable corrige sus debilidades hasta, con su atenta mirada, consigue captar los gustos de la población negra a la que tiene acceso. Los mismos empresarios de raza sólo se movían por el lenguaje del dinero, pero la voluntad de aquel derriba esos muros económicos. En primer lugar, Ray Moore se “unta” de pueblo porque decide irse para los suburbios y grabar las narraciones de las historias que contaban los ancianos en las calles de esos barrios marginales para encontrar las claves de lo que la gente era en ese momento. En los “Stand up comedy” siguió la línea de otros comediantes que fueron referentes para él como el desaparecido Richard Pryor a quien le rinde homenaje en varios de sus shows.
En segundo lugar, la película desprende un halo de conmiseración por los esfuerzos que tuvo que hacer ese cómico estadunidense para sacar adelante la primera película: Dolemite. Al principio no había nada; Ray Moore escogió un director que renuncia rápidamente ante la falta de dinero para llevar a cabo el proyecto; sin director convencen a una estrella de cine que interpretaba papeles como segundón en películas famosas, para que dirija la obra; los directores de arte, los directores de sonido y de iluminación no tenían idea de su trabajo. Las peripecias inician con la consecución de un local donde antes dormían los habitantes de calle, la luz se la roban de un poste vecino, la comida la deben repartir en muchas raciones para que alcance para todos. Y una vez subsanadas las adversidades, las escenas se construyeron con enormes dosis de humor y también con imperfecciones estéticas pero cargadas de situaciones chistosas: las camas se caen, los desnudos se atavían con algunas prendas hilarantes, el sexo es más un chiste que otra cosa.
Con todo ese menjurje de ingredientes, Rudy Ray Moore construye una obra que se enmarca dentro de lo que se ha denominado blaxploitation, cuyo cine marginal fue una protesta contra la cultura excluyente de ese país norteño durante la década del sesenta y setenta del siglo anterior.
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Eddie Murphy en el papel de Rudy Ray Moore, en una escena de la película Mi nombre es Dolemite.
Mi nombre es Dolemite muestra a unos actores comprometidos con la necesidad de resaltar la vida de ese hombre icónico nadando contra la corriente en una industria estética monopolizada por la gente blanca. Murphie logra encarnar la esencia de un soñador que siempre estuvo obsesionado con la fama. Ese era su hábitat. De la mente atenta de Ray Moore se destaca la persistencia por proyectar en el mundo físico la materia intangible de los sueños de un hombre que nació para el espectáculo.
De Wesley Snipes como el director de la película sorprende verlo en un papel serio, sin las exuberancias de esas escenas de artes marciales que lo han identificado hasta hoy en su carrera cinematográfica. Junto a esa dirección de actores podemos destacar la creación de los ambientes sesenteros y setenteros que iban acompañados de una extravagancia de colores que aderezaban las pintas llamativas de Ray Moore.
La obra fílmica, dirigida por el autor estadounidense Craig Brewer, es una historia de vida. Su valía recae sobre todo en que deja enseñanzas de superación que han sido hechos para alcanzar sueños a través de la voluntad de un hombre emprendedor. Como comedia dramática, es una buena opción para dos horas de esparcimiento que eluden sutilmente la calidad estética.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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