Jorge Abel Carmona Morales*
Clint Eastwood es el último de los grandes directores clásicos vivos. Su trayectoria de más de 60 años de trabajo continuo, excepto por uno o dos años, lo ha puesto en un lugar privilegiado en la historia del cine, desde diferentes ámbitos cinematográficos en los cuales ha brillado como pocos.
Su última gran película antes de ésta, había sido El gran Torino, seis filmes después, llega con una obra magnífica que tiene por nombre un nombre escueto: La mula. Como todo lo clásico, la narración y el nombre de esta película son simples pero al mismo tiempo muy densos. Cada escena es el resultado de una puesta en escena bien pensada, curtida de detalles que enriquecen el mundo psicológico de los personajes y demuestran la madurez de un genio cinematográfico que en su añejamiento sigue regalándonos obras vivificantes que sin duda quedarán para la posteridad.
Nick Schenk, guionista de El gran Torino, escribe la historia de Leo Sharp, un floricultor de 87 años y veterano de la Guerra de Corea (emblema que luce orgulloso en la placa de su camioneta), decide trabajar para el cartel de Sinaloa al mando de un narcotraficante ostentoso, interpretado por un veterano Andy García. Esa decisión es el resultado de un cambio de conciencia por su tradicional mal comportamiento ante su familia, a la cual ha mantenido olvidada, especialmente en los momentos de celebraciones filiales a las que nunca asistió. La única buena relación que sostiene es con su nieta, porque su propia hija, interpretada por Alison Eastwood, lo rehúye constantemente, igual que su mujer, interpretada por la inextinguible Dianne Wiest.
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Clint Eastwood en una escena de su película La mula.
La mula es quizás un testamento de un artista que aún interpreta protagónicos de sus propias películas y cuyo cuerpo desvencijado ya asoma el retiro definitivo, luego de semejante trayectoria cinematográfica. Esta película necesita desencriptarse como un documento privado que Eastwood generosamente hace público a sus espectadores. Pero no la pone nada fácil porque hay detalles como las relaciones que este personaje conmovedor llamado Leo y que se apellida Sharp arroja a un público ávido de encontrar algo nuevo en su obra. Pero lo nuevo es la precisión de lo clásico de esa narración, de modo pausado pero a la vez novedoso por sus insinuaciones.
En primer lugar, la relación con su nieta es especial porque se convierte en la única persona que se alegra de ver al abuelo llegar a sus momentos especiales. Si bien Leo intenta recuperar el tiempo perdido, las animadversiones de sus familiares no se lo permiten. El resentimiento queda atenuado un poco por los abrazos, las sonrisas, las miradas, las complicidades entre una niña que va creciendo a la sombra de un hombre ausente y un anciano amante de los lirios. Tanto rechazo familiar queda confirmado por la aparición de un desconocido en la vida del abuelo quien tiene la idea de inmiscuirlo en el mundo de la mafia mexicana.
Eastwood parece decirnos que lo único realmente valioso en la vida es la familia, que los extraños a ella traen desgracias y mal enrutan a las personas por caminos no recomendables. Las relaciones con las demás personas deben llevarse cordialmente, cada persona es una historia que vale la pena conocer y a quien vale la pena contarle la propia. El encuentro de Leo con el policía, interpretado por Bradley Cooper (segunda colaboración entre Eastwood y este actor) trascurre como un padre con un hijo, como un posible referente en la vida con alguien que necesita de ejemplos a seguir.
Leo Sharp, vive su vida de una manera tranquila, con un resentimiento meditado que se debe curar con un cambio de actitud, de un modo reposado porque para este anciano venerable, el tiempo no tiene vuelta; el hombre es finito y frente a este determinismo sólo queda nuestra voluntad para vivir de un mejor modo.
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Bradley Cooper y Clint Eastwood se vuelven a encontrar en la película La mula.
En tercer lugar, la narración reposada marca un ritmo redondo en la película de Clint Eastwood. Ese bello lugar, tan renombrado por ser la tierra de Lincoln, es un escenario ideal para mostrar esas enormes rectas de las carreteras estadounidenses. Cada escena es un espacio para plantear un tratado de la vida pero sin ostentosidades ni grandilocuencias. Lo sencillo contiene la sabiduría más grande.
Cuando Leo lleva los 12 cargamentos de cocaína, construye todo un mundo propio, lleno de música y de pausa, repleto de observaciones cuya actitud conservadora ante el mundo, denota el respeto por los otros. Un día ayuda a una pareja de afroamericanos en carretera con el cambio de llanta; otro día se detiene en un motel a disfrutar de dos prostitutas, en otra ocasión se desvía de la ruta para visitar a unos amigos y al fin, en sus últimos momentos de libertad, cae en manos de la policía antinarcóticos por un acto de amor: decide regresar al funeral de su ex esposa quien fallece recordándolo.
El republicanismo de Clint Eastwood es un conservadurismo reposado. Amante de los Ford, listo para prestar ayuda a los otros, cultivador de la música reconciliadora, armónico en su actitud corporal, y profundo meditador de pensamientos para compartirle a los demás como un legado.
En esta película, el director californiano funge como un profesor, para quien vale la pena dejar una enseñanza. La mula es una historia de quebrantos que un viejo comete por amor. Pero la actitud de este hombre llamado Leo, es la actitud de un ser humano frágil que expía sus culpas con los propósitos loables que persigue. El error humano es demasiado humano y no vale la pena asumir la existencia con posiciones extremas. Este baño de relativismo recuerda que los principios de un hombre no dejan de serlo por flexibilizar un poco la mirada ante la vida.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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