MIGUEL ALGUERO MONTAÑO
LA PATRIA | MANIZALES
Es Navidad. La brisa helada que baja de la Sierra Nevada de Santa Marta golpea las cálidas calles del Valle del Cacique Upar. Suenan villancicos y vallenatos decembrinos. La ropa nueva está lista para estrenar. Los regalos esperan debajo del árbol, el pesebre está adornado con luces, la nevera repleta de cerveza y whisky, y la estufa encendida para cocinar la cena de Nochebuena.
Cada vez que mi familia se reúne para celebrar la Navidad en Valledupar o en otro lugar cercano se convierte en la oportunidad para vernos y contar las experiencias vividas. Es la fiesta anual de la familia Montaño y en la casa de ellos, es decir, de mis abuelos maternos llegan mis seis tíos con sus familias, mis papas y mis hermanos. En total somos 26 invitados. La fiesta es grande, Old Par y chivo asado nunca faltan.
6:00 a.m.
La abuela Fénix levanta a sus hijos y nietos como una gallina que cuida a sus pollitos. Lo primero que pronuncia son los buenos días, luego camina hasta el equipo de sonido, saca un LP (disco de larga duración o Long Play) de música decembrina para ambientar la casa, después pasa a la cocina para preparar arepas vallenatas con carne molida.
De fondo suena Navidad, del compositor vallenato Rosendo Romero.
La vida de navidades,
tú causas muchas sorpresas
a veces felicidades
y muchas veces tristeza.
Porque hay navidades tristes
y navidades alegres.
8:00 a.m
La música no deja de sonar. Los tíos preparan el chivo, mientras que las mujeres pican las verduras y cocinan la yuca. La comida se deja lista desde la mañana, porque la tarde es para arreglar la percha (la ropa), cepillarse el cabello y embetunar los zapatos.
Leyner, el tío universal, como lo llamo, es el primero en destapar una cerveza. Risas y carcajadas aparecen con los sucesos del año. Que mi tío Janes quebró con el negocio de pollo asado, que a mi abuelo Luis le robaron la bicicleta que compró hace 35 años, que mi tío Róbinson ganó el concurso de canción inédita vallenata, que a mi mamá Dannys no le han pagado la moña (una plata que le debe la Alcaldía), y que mi tía Damaris no deja salir al esposo a la esquina.
10:00 a.m.
El patio es el lugar de reunión de la familia. En medio de la ronda está una caba llena de cervezas y una hielera para el whisky. La sombra del palo de mango refresca, porque la temperatura empieza a subir.
Los niños juegan y constantemente preguntan que si el Niño Dios les trajo regalos por haberse portado bien.
La hija mayor es mi mamá, la encargada de dirigir el menú. Escribe en un papel la lista de los pasabocas y postres que acompañarán la cena. Mi papá, Rafael, y mi tío Janes van al mercado a comprar lo que hace falta.
12:00 m.
El almuerzo corre por cuenta de los abuelos. Preparan sancocho de gallina criolla, arroz blanco y aguapanela fría con limón. La música no deja de sonar.
Se improvisa una mesa larga para comer juntos. Las mujeres sirven empezando por el abuelo Luis y por último los niños.
Las esposas de mis tíos, mi tía Damaris, mi mamá y mi hermana Oriana confirman el turno en el salón de belleza.
2:00 p.m.
Con tres primos y mi hermano Gabriel preparamos la sala, el sofá y las sillas son relegadas para darle paso al pesebre y el árbol de Navidad, acompañados de luces y guirnaldas.
Mi tío Jorge prepara la música, saca de una habitación la guitarra, el piano, el acordeón y los micrófonos, como si estuviera en la tarima Francisco El Hombre, ubicada en la Plaza Alfonso López.
Las mujeres de la familia van al salón de belleza, los niños duermen y los hombres siguen en el patio tomando. Suena la Domingo 24, interpretada por Lisandro Meza.
Domingo 24, fecha inolvidable
noche bulliciosa, la alegría esta desbordá
gritan los muchachos, todos brindan copas
alegrías de novios se desean felicidad.
4:00 p.m.
Los costeños somos catalogados como los más recocheros, mamadores gallo y los más bulliciosos, eso no se pierde en Navidad. La música vallenata, de la vieja como dice mi papá, a todo volumen anuncia que pronto nacerá el Niño Jesús y se abrirán los regalos.
Las mamás empiezan a alistar a los niños con la ropa nueva que les compraron para ir a la misa y darle gracias a Dios por los favores recibidos. Las cuatro habitaciones de la casa de mis abuelos parecen una escena detrás de bambalinas, cada quien saca su ajuar.
6:00 p.m.
Cada familia en su carro y los que no tienen se acomodan como pueden. La caravana de los montaños sale para la iglesia a celebrar la misa de Navidad. Cesa la música, sobre la casa cierne un silencio mientras se regresa. Es el momento más importante del día, como dice mi tío Luis Carlos.
Una hora y media dura la eucaristía de Nochebuena.
8:00 p.m.
Regresamos a casa. Mi mamá toma la batuta y nos organiza. Es hora de rezar la última novena de aguinaldos, ese es el requisito para comer y dar los regalos.
Alrededor del pesebre cantamos villancicos. La Virgen María, San José, El Niño Dios, los tres reyes magos, los pastores, la mula y el buey engalanan el portal de Belén que hizo mi abuelo durante 20 días. Mi tío Jorge agarra el piano; mi primo Luis José, el acordeón; y otro primo, Luis Fernando, la guitarra, y entonan Burrito sabanero.
Culmina la novena y se da paso a la cena. Mi abuela saca la vajilla que heredó de su tía Carmenza que trajo de Venezuela en 1985, eso solo sucede cada año.
"Mucha comía pa' poco plato", dice Fernando, esposo de mi tía Damaris, al ver sobre la mesa chivo asado, gallina guisada, yuca cocida, arroz de coco y ensalada.
10:00 p.m.
Recogen los platos, sirven la natilla y los buñuelos. "¿Mami el Niño Dios me trajo regalo?", pregunta Leyner David, un primo de 6 años, a su mamá Laudy, esposa de mi tío Leyner.
La entrega de regalos para los montaños es un ritual, cada papá agarra debajo del árbol los regalos de sus hijos. Luego, quien compró algún detalle lo da.
Salimos de la sala para la terraza. De nuevo la caba y hielera en medio de la ronda. Sube el volumen de la música y empieza el baile hasta que el cuerpo aguante. A medianoche apagan el equipo y empiezan las notas musicales de una parranda vallenata cantada por mis tíos.
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