La crítica situación de los migrantes de África y Asia que buscan refugio en Europa se torna cada vez más compleja. Las expresiones xenófobas hacen parte de la cotidianidad, las muertes en altamar son tragedias frecuentes y la reacción de Europa para hacerle frente al problema ha sido demorada. Unos 2.800 migrantes han muerto en el 2015 tratando de llegar al Viejo Continente, según la ONU. Solo ahora, cuando el mundo conoce detalles escalofriantes de esa emergencia humana, causada por todo tipo de situaciones, desde violencia hasta profundos problemas socioeconómicos, se empiezan a tomar medidas que pretenden aliviar un poco la crisis.
Ya países como Austria o Alemania, en una decisión humanitaria que debe ser seguida por los demás miembros de la Unión Europea, anunciaron que recibirán a varios cientos de miles de refugiados que huyen, por ejemplo, de la guerra en Siria, en el Oriente Medio. Los germanos dicen que acogerán 500 mil este año. En esta masiva situación de desplazamiento, las acciones perversas de la organización terrorista Estado Islámico tienen su parte, aunque en el fondo los problemas de pobreza y marginalidad que algunas comunidades viven en sus propios países también son desencadenantes del problema.
De Eritrea, Afganistán, Guinea, Nigeria, Costa de Marfil, Paquistán y Turquía son masivos los desplazamientos hacia lugares de Europa que consideran más seguros. A lo largo de todo el Mediterráneo, los traficantes de personas hacen su agosto mientras que en Europa las puertas apenas comienzan a abrirse, determinación que debió tomarse antes, para permitir una migración ordenada, en la que las mafias de la trata no pudieran sacar partido. Hoy se debe tomar conciencia acerca de que si bien fijar una cuota de refugiados es un paso acertado, para poder frenar esa diáspora se requieren medidas en los países de origen que mejoren las condiciones de seguridad, los ingresos económicos y las garantías sociales y políticas.
La realidad, sin embargo, es que internamente en los países de Europa, de la misma manera como ocurre en los Estados Unidos, las tensiones frente a estas situaciones no se hacen esperar, ya que si bien son modelos de democracia y derechos humanos para el resto del mundo, las cuestiones del control fronterizo, las deportaciones y los sentidos nacionalistas son aún muy fuertes. No en vano posiciones tan radicales como la del republicano Donald Trump, quien podría ser el candidato presidencial de su partido, tienen tanta acogida entre un amplio sector poblacional de los Estados Unidos.
Lo que actualmente se vive en trenes que se desplazan por Europa buscando llegar a destinos como Suecia parece extractado del realismo mágico, pero con un nivel de desesperación que supera cualquier tragedia. No se ve que haya consistencia en las determinaciones de los países europeos de acoger un número significativo de refugiados, pero los gestos de acogida que se han dado hay que celebrarlos. Las llamadas "cuotas vinculantes" deben ser bien concertadas, y que haya una política muy consistente. Mientras tanto, la atención en los centros de acogida y los trámites de registro deben darse en condiciones mínimas de respeto a los derechos humanos.
Igual pasa en América Latina, donde está bien que países como Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Venezuela manifiesten sus deseos de dar una mano a quienes huyen de la violencia en sus países, pero la estrategia de recepción debería estar filtrada por el principio de que sean acogidos en lugares donde tengan algunos vínculos de carácter familiar. Ojalá que este proceso, en realidad funcione, y que no ocurra igual que con los presos de Guantánamo que no han podido llegar a Uruguay... y lo de Venezuela suena paradójico, justamente cuando el régimen de Maduro está expulsando a miles de colombianos.
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