El respeto por la vida debe ser una obsesión. Colombia durante años se acostumbró a la violencia indiscriminada, al asesinato fácil, lo cual se alimentó con las acciones de los grupos armados ilegales y, sobre todo, con el narcotráfico. Obviamente Caldas repite el fenómeno. Por eso resulta importante emprender acciones que sirvan para arremeter contra los homicidios, pero con decisiones que vayan a corregir un problema estructural y no simplemente a tomarlas por pálpitos o temporadas.
En Caldas en junio mataron 8 personas menos, frente a las 26 del año pasado, y de los 18 asesinatos registrados por LA PATRIA, 16 ocurrieron con armas de fuego, mientras que dos se presentaron con armas blancas. Los motivos son varios: sicariato, peleas, problemas de tragos. No obstante, insistimos en la necesidad de ejercer un mayor control a las armas en general, y para ello es clave mantener operativos suficientes, y reforzados en donde aparentemente abundan. Tres homicidios en una semana en la galería de Manizales son prueba de ello, un sector que parece se le salió de las manos al Estado.
El coronel Gustavo Lazo, comandante encargado de la Policía de Caldas, dice que la no ocurrencia de homicidios durante varios días de junio obedeció al trabajo de su personal que realizó capturas y se incautó de armas. No obstante, la pregunta es por qué esto no es una política continua y luego se baja la guardia. Se entiende que en temas como el sicariato es difícil que la Policía pueda prevenirlo, pero mantener las requisas a sospechosos, habilitar las cámaras de seguridad que aún no se reparan, aumentar el personal, cosa que apenas se empezó, puede contribuir. Así como lograr las capturas de los asesinos y proveer las pruebas para que los jueces los manden a las cárceles y evitar que crezca la sensación de impunidad.
El libro Balas por encargo, del periodista Juan Miguel Álvarez, es una historia descarnada del sicariato en el área metropolitana de Pereira, principalmente, pero que hace alusión a los tentáculos de esos criminales en regiones como Caldas. La obra permite conocer de primera mano el accionar de los bandidos y de cómo la falta de políticas públicas ha dejado que el problema de reclutamiento de menores por pandillas, grupos de narcotráfico o bandas criminales sea siempre la opción para muchos niños y jóvenes marginados. Llama la atención lo difícil que es lograr que una persona metida en la criminalidad pueda ser regenerada. Ejemplos hay y muchos, pero no son mayoría aún.
El libro también destaca cómo las administraciones municipales se vanaglorian de la reducción de homicidios, sin percibir que los asesinatos siguen siendo muchísimos y que no se puede cantar victoria mientras haya tasas muy superiores a las de ciudades como Bogotá, que doblamos en Manizales, para no comparar con sociedades mucho menos violentas. Es importante que se presenten lapsos sin homicidios. 20 días resaltó la Alcaldía de Manizales que pasaron en la ciudad sin un asesinato, pero apenas alcanzó para reducir en tres el número con respecto al mismo mes del año pasado cuando ocurrieron 9 crímenes en la ciudad.
Si bien valen estas pequeñas victorias, no pueden tomarse como si se hubiera alcanzado el ideal. Al hacer el corte del semestre, este año se han reducido los homicidios en Caldas en 15 con respecto al año pasado, cuando también bajaron de manera importante. Hasta ahora se cuentan 108 en los reportados por LA PATRIA, mientras que el año pasado a mitad de año llegaron a 123. No obstante, en julio se han presentado hechos concentrados en Chinchiná, Anserma y Riosucio, algunos de ellos con excesiva violencia. Por eso, la sola reducción no basta, es necesario trazar políticas de largo plazo que permitan realmente pensar en un futuro de una sociedad menos violenta. El resto son paños de agua tibia.
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