Acaba de conocerse un nuevo estudio, esta vez de la Corporación Nuevos Rumbos y Bavaria, que intenta encontrar respuestas al consumo de bebidas embriagantes en niños y adolescentes. Este trabajo vuelve a poner en evidencia la temprana edad en que se inicia esta práctica en nuestro país, y sus resultados deben ser una preocupación de todos, pues si el promedio de edad en la que se identifica que comienza la ingesta de estos productos se cifra en los 12 años, quiere decir que hay algunos que comienzan desde mucho más pequeños, lo cual es grave para su desarrollo personal y, por supuesto, al sumar, para el desarrollo de la sociedad.
La mayoría de los entrevistados que empezaron a tomar desde niños indican que lo hicieron en sus hogares, lo que demuestra a las claras que hay aquí un problema social, pues si seguimos pensando que esta es una práctica que debe ser aceptada y que por tanto los niños al beber demuestran que están creciendo o que son muy guapos, es porque seguimos sin encontrar las prioridades que necesitamos identificar para creernos una nación con verdadera proyección para solucionar sus problemas. Así se viola el derecho fundamental de proteger a los pequeños, y el país debe entenderlo así. Esto se suma al estudio que se conoció hace un par de meses que muestra que también hay niños que se inician desde los 13 años en el consumo de marihuana. Así que se trata de un problema estructural y no solo de un dato aislado.
Aunque se destacan mejorías en que cada vez son menos los menores que inician su vida de consumo de alcohol a edades tempranas y que han disminuido los problemas que trae esta situación. Además, Caldas que acostumbra estar en los primeros lugares en estos procesos, esta vez no aparece, pero eso no nos puede dejar tranquilos. No se puede olvidar que cuando se miden todas las edades, nuestro departamento ocupa el tercer lugar en consumo de alcohol, como se ratificó en enero de este año, y que una dificultad que enfrentan los alcaldes de nuestros municipios es precisamente esta realidad y es común en fechas especiales como las que se avecinan ver cómo los niños se emborrachan en nuestros pueblos y veredas a los ojos de todo mundo y forma parte de lo que ya tenemos como normal, aunque no lo sea.
Qué bueno emprender campañas que permitan imponer todo el peso de la ley a quienes les venden licor a los menores, pues sigue siendo muy alta la tasa. La propuesta de clientes encubiertos para identificar a infractores de esta norma es una idea sugerida en el estudio que bien vale la pena que el Ministerio de Salud o Bienestar Familiar adopten para identificar a aquellos que insisten en no proteger la vida de los niños. Más allá de las sanciones, que son necesarias, de nada sirven si no se emprende todo un cambio de paradigma y mostrar que tomar bebidas embriagantes es una decisión adulta, que no se puede permitir a los niños consumirlas, que es necesario crear una cultura de consumo responsable y entender que la dipsomanía es una enfermedad y no algo normal, como se ha hecho creer durante años.
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