Como lo dice la célebre canción de Edith Piaf, los colombianos vimos ayer la vida en rosa, gracias a la valentía, el heroísmo, el coraje, la persistencia y la enorme calidad de Nairo Alexánder Quintana Rojas, ese ciclista de nuestra tierra que, con apenas 24 años, se convirtió en el campeón del Giro de Italia, luego de haber pasado las dificultades de una caída y de una enfermedad que lo tuvo al punto del retiro. Como los grandes, vino de atrás hacia adelante y se hizo imparable.
Sin embargo, ese color rosa también nos lo hicieron ver el segundo lugar en la carrera de Rigoberto Urán, ese antioqueño que en la mitad de la competencia presagió el enorme triunfo de Colombia en el Giro (carrera que nació en 1909), cuando fue el primer latinoamericano en portar la camiseta rosada que lo distinguía como el líder transitorio. Al final su compatriota, nuestro compatriota, Quintana le arrebató la punta… pero es que tenemos que comprender que el hombre de Cómbita (Boyacá) es un verdadero fuera de serie, un fenómeno del ciclismo mundial que apenas comienza su cadena de triunfos.
Lo alcanzado por Julián Arredondo como campeón de la montaña en el Giro completa la fiesta, tal vez la más grande que hayamos logrado en toda la historia del ciclismo colombiano. Hasta hace unos pocos años, ese solo logro nos habría llenado de felicidad. Desde luego que los grandes del pasado como Cochise Rodríguez, Rafael Antonio Niño, Patrocinio Jiménez, Alfonso Flórez, y luego la generación de Lucho Herrera, Fabio Parra, Condorito Corredor, Cacaíto Rodríguez, Álvaro Mejía, Santiago Botero y otros tantos que también nos llenaron de gloria fueron el antecedente necesario para que llegaran los días que disfrutamos hoy. Tampoco podemos ignorar a las mujeres María Luisa Calle y Mariana Pajón que han descollado en ese deporte.
Lo hecho por los corredores de Team Colombia también fue destacable, aunque desde luego aparece sin brillo ante las actuaciones arrolladoras de sus compatriotas, nuestros compatriotas, que hoy son los jefes en sus equipos europeos. Los papeles desempeñados en el Giro de Italia por Fabio Duarte y Járlinson Pantano, por ejemplo, fueron importantes y demuestran que entre nuestros deportistas hay mucho material para seguir conquistando competencias ciclísticas en cualquier lugar del mundo.
Por eso, tal vez sea el momento para que la Federación Nacional de Cafeteros retome esa exitosa idea de los años 80 y 90 que hizo visible para todo el planeta la marca del café de Colombia. En nuestro país hay muchos jóvenes haciendo cosas importantes en el ciclismo, y seguramente vendrán nuevas generaciones ávidas de surgir a las que hay que apoyar, pero también pueden servir como vehículo promocional de ese otro gran campeón de nuestra patria como lo es la bebida que surge de los granos que se cultivan en el Eje Cafetero y otras regiones del país.
Los hechos de hoy son incontrovertibles, viene ahora el reto de hacerlos sostenibles y lograr la consolidación, en lo cual no pueden ahorrarse esfuerzos. Está al frente la ilusión de ganar el Tour de Francia y seguir obteniendo victorias de relieve en las otras carreras Premium del mundo, pero también se plantea el nuevo desafío de aprovechar el momento para que la Vuelta a Colombia retome su vigor y se crezca a la misma altura de los corredores que aquí se forman.
Desde luego que lo de hoy también es resultado de lo aprendido en Europa, pero justamente eso es lo que debe aprovecharse para que nuestra competencia insignia resulte apetecida para los grandes equipos de ciclismo del mundo entero. Hoy, sin duda, hay mucho más profesionalismo en nuestros deportistas, lo que bien aprovechado puede terminar siendo una cantera interminable que nos llene de gloria en el futuro, tomando en cuenta, además, que ya hay muchos más controles al doping, problema que en el pasado ayudó a corredores europeos y norteamericanos y fue obstáculo para el lucimiento de los nuestros.
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