El río Magdalena, que fue herramienta vital para el transporte y el comercio desde la misma época de la Conquista española, y que se constituyó por siglos en eficiente comunicación de la Costa Atlántica con el centro de Colombia, nunca debió perder su importancia estratégica. Ahora, para tratar de recuperarlo en parte, se necesita la inversión de cerca de $2,5 billones y, por lo menos, seis años de arduo trabajo, como puede leerse en el informe que presentó ayer este diario.
Por muchos años, en el remoto pasado, La Dorada (Caldas) fue un puerto vital en ese trayecto de efervescencia comercial que se dio entre el centro del país y las ciudades colombianas sobre el Atlántico. Aunque hoy sigue siendo un importante lugar para la pesca y paso obligado para quienes viajan por vía terrestre entre Bogotá y Medellín, su futuro depende en buena medida de que las tareas de dragado que están previstas despierten, nuevamente, su dinámica comercial.
De acuerdo con los cronogramas de Cormagdalena, entidad encargada de liderar estos procesos de recuperación, a partir de enero del año próximo empezará el arduo trabajo de las dragas para limpiar el lecho del río y ganar la profundidad que necesitan los buques de mediano tamaño para poder navegar sin arriesgarse a quedar encallados. Se calcula que a través de estas labores se podrá cuadruplicar la capacidad de transportes de mercancía por el río y llegar a los 6 millones de toneladas al año.
Estas tareas, unidas a la reactivación del tren desde La Dorada hasta Santa Martha y la terminación de la carretera conocida como la Ruta del Sol, harán que la tortuosa comunicación entre el centro de Colombia y la región norte vuelva a tener la importancia que nunca debió perder. Esta es una de las situaciones que hacen vital que Manizales pueda mejorar su carretera hacia Honda (Tolima) y La Dorada, pues resultará estratégico acceder a ese torrente de movilidad y comercio que comenzará de nuevo a tomar vuelo.
En la ejecución de las obras habrá que atender cuidados ambientales especiales que permitan conciliar la necesidad de que el canal navegable sea permanente durante todo el año, aún en las épocas de intenso verano, pero así mismo dejar que la naturaleza se desenvuelva con libertad y no se vea limitada en sus expresiones. En suma, no afectar sus ecosistemas. Todo este desarrollo ha de contar con todos los criterios de sostenibilidad y garantizar que las cuantiosas inversiones que ahora se ejecutan logren tener un impacto que se extienda en el tiempo, y cuyos mantenimientos no resulten onerosos o complejos.
Para que esa inversión sea duradera y resulte realmente beneficiosa para el país en todos los aspectos, es fundamental que todos sus afluentes también reciban el tratamiento adecuado, de tal forma que ríos como el Bogotá o el Cauca no terminen borrando con el codo lo que se hace con la mano. Es decir, hay que comenzar a trabajar más a fondo en controlar la sedimentación de esos ríos y de todos los demás que desembocan en el Magdalena, para que el flujo de basuras y demás sedimentos se reduzca vertiginosamente.
También es clave pensar en los pescadores y en toda la economía que se mueve en las riberas del Magdalena alrededor de esa actividad. Son miles de familias las que viven de sacar estos frutos del río y consumirlos o venderlos, y en el corto plazo habrá afectaciones significativas que tienen que ser tomadas en cuenta. El Gobierno Nacional y los gobiernos locales involucrados deben brindar alternativas económicas a estas familias, para que el gran proyecto de alcances económicos significativos a futuro no termine llevando a la total ruina a miles de pobladores de la zona.
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