Al tomar posesión de su segundo mandato, el presidente Juan Manuel Santos se comprometió a trabajar durante los próximos cuatro años no solo por el logro de la paz, como fue su promesa de campaña para la reelección, sino que también dijo que se empeñará por hacer de Colombia un país cada vez más equitativo y educado, con liderazgo en esos campos en América Latina. Será esa tarea bastante exigente y nada fácil de cumplir, por lo que esperamos que el mandatario pueda, en realidad, avanzar hacia esos objetivos y que no se quede solo en bellas palabras.
Ahora bien, su mirada está puesta en el año 2025, por lo que se prevé que el cuatrienio que comienza solo sentará las bases de ese propósito y que los mandatarios que vengan deberán trabajar por mantenerse en la misma senda. Tenemos que reconocer que ese camino parece haber comenzado bien, si nos atenemos a las cifras del Presupuesto Nacional para el año entrante, donde por primera vez en toda la historia del país el rubro de educación está por encima de lo que se gastará en defensa y seguridad, sin que eso implique que se esté bajando la proyección de gastos de las Fuerzas Militares.
El primer paso tendrá que ser lograr pronto la firma de unos acuerdos sensatos con la guerrilla de las Farc, que impliquen que el conflicto armado se convierta en cosa del pasado. Igual debe ocurrir con el Eln. Los episodios de violencia que recientemente han protagonizado los subversivos y las distintas dificultades por las que han atravesado las negociaciones en La Habana (Cuba) tendrán que avanzar hacia verdaderos gestos de paz y compromisos ciertos que traspasen las fronteras de los directamente involucrados en el conflicto, para avanzar hacia toda la sociedad colombiana.
La posibilidad de que los avances en los puntos de la nueva promesa sean reales y visibles necesita que se le ponga punto final a la guerra, pues mientras exista el miedo a morir en las áreas rurales y en las ciudades, el sueño de la equidad solo será eso, un sueño. Además, se tendrá que avanzar hacia la puesta en marcha de mecanismos de alcance social que cierren la brecha entre ricos y pobres, sobre todo a través de políticas de empleo y procesos educativos bien articulados con las necesidades reales del sector productivo. La prosperidad económica tiene que irradiarse hacia los sectores socioeconómicos más vulnerables.
Fue muy pertinente la advertencia de Santos a las Farc, en el sentido de que están jugando con fuego cuando mantienen sus ataques a la población civil y a los recursos naturales de Colombia. Y es que si los líderes de esa organización no entienden que esta es la última oportunidad que tienen para su regreso a la vida civil, el Estado tiene la obligación de avanzar en su desarticulación a sangre y fuego, lo que no solo terminará aniquilándolas por completo, sino robándole al país la posibilidad de avanzar más rápido hacia un desarrollo real.
Al jefe de Estado también le quedaron pendientes tareas importantes de su primer mandato que tendrán que verse durante los años que vienen en materia de innovación, desarrollo del campo, infraestructura y minería, principalmente. En esta última hay sensibles temas ambientales por resolver. La nueva promesa de Santos podrá concretarse solo si la salud de la economía es buena, y para eso hay que mejorar la competitividad, tener una oferta exportadora más amplia y con valores agregados, y lograr que se mantenga alto el consumo interno.
También hay asuntos sociales relacionados con el empleo y la salud, entre otros, en los que se debe hacer cambios profundos y que no soportan meros maquillajes. En la coyuntura más inmediata, Santos tiene al frente de sus narices el Fenómeno del Niño, que seguramente tendrá serias consecuencias económicas, ambientales y sociales, que podrían quitarle el impulso a sus sueños. Le deseamos suerte al Presidente, porque si le va bien a él, le irá bien a Colombia.
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