La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, pasa por el peor momento de su gobierno cuando lleva muy poco de su segundo periodo de cuatro años. Después de recibir un país creciendo y con un ambiente social muy favorable, de manos de Luiz Inácio Lula, hace cinco años, el más grande país de Suramérica afronta actualmente una profunda crisis económica y una efervescencia popular de rechazo que incluso exige la renuncia de la presidenta. En una masiva movilización, el pasado domingo, el 82% de las cerca de 900 mil personas que salieron a las calles en todo el país pidieron la salida de la mandataria, de acuerdo con una encuesta de la firma Datafolha.
La popularidad de la señora Rousseff se desplomó hasta el punto de llegar al 8%, luego de que el país entró en una etapa de recesión que no ofrece un panorama favorable en el corto plazo, además de los múltiples escándalos de corrupción que han ido apareciendo, debido a los manejos irregulares de Petrobras, lo cual ha salpicado a cerca de 50 líderes políticos y unas 20 empresas de varios sectores que han tenido negocios con la petrolera estatal. Como sea, muy pocos creen que la mandataria logre terminar su mandato en diciembre de 2018, si la situación no encuentra remedios efectivos.
Sin embargo, el horizonte se torna más turbio si se observa que los sectores de oposición, encabezados por el senador Aécio Neves, tampoco se libran de los señalamientos por corrupción, por lo que la posibilidad de que se apruebe, eventualmente, la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales parece aún estar lejos. Además, visitas como la que esta semana hizo la primera ministra alemana, Ángela Merkel, comprometiéndose a doblar la inversión de su país en la industria brasileña, le dan a Rousseff un respiro.
Lo peor es que, durante el segundo trimestre de 2015, la economía de Brasil se contrajo en 1,89%, con respecto al primer trimestre del año, y en 3,09% con relación al segundo trimestre del año pasado, de acuerdo con las estadísticas del Banco Central. Las perspectivas inmediatas tampoco son halagüeñas, y lo que se observa es que el desempleo tiende a doblarse (hasta el 8%), igual que la inflación (la mayor en 12 años, de cerca del 9%), mientras que se calcula que el crecimiento económico caerá en cerca del 2% al final del año. Frente a ese oscuro porvenir, la situación de la presidenta se puede complicar todavía más.
De hecho, para poder pasar el mal momento económico, Russeff viene aplicando un severo ajuste fiscal que ha despertado el descontento en las mismas filas del Partido de los Trabajadores (PT) del que proviene la mandataria. El recorte en el gasto social y el aumento de los impuestos tiene inconformes a sus copartidarios, quienes de todos modos también han marchado por las calles en expresión de respaldo al Gobierno. Con todo lo que ha pasado, se observan cada vez choques más beligerantes entre el PT y la oposición, la cual parece dispuesta a lograr la caída de la presidenta.
Esperamos que el mal momento que vive Brasil pueda resolverse de manera pacífica y democrática, y que las medidas que se adopten en los asuntos económicos surtan los efectos positivos que se buscan. No obstante, lo más importante es que se encuentren los caminos que derroten la corrupción, porque mientras el Gobierno no se limpie de esa mancha será muy difícil mantener la gobernabilidad que requiere, y la crisis podría profundizarse, haciendo más compleja la posibilidad de maniobra de Rousseff.
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