Fernando Rodríguez *
LA PATRIA | BOGOTÁ
Tras un silencio de años, falleció el pasado 11 de octubre en Bogotá, el escultor caucano Édgar Negret. El maestro presidió, junto a los artistas de “la generación de la violencia”i, la primera internacionalización del arte moderno colombiano, fenómeno que para la época (finales de los años 50 y principios de los 60) fue estrictamente colombiano (A. Pizarro). Negret representa al país en la Bienal de Venecia (1960) y es el primer colombiano en ser invitado especial de la Bienal de Sao Paulo (1965); logra un éxito rotundo en Edimburgo (1967) y obtiene el 1º Premio en la Bienal de Venecia (1968).
Hacia finales de los años 50, el escultor, atraído por toda suerte de anclajes, rodamientos y piñones de origen industrial, “los símbolos de nuestra era” como los denominó, había desarrollado un lenguaje de señales. En un solo plano, el hierro doblado asume brazos y soportes en los que se insertan discos rojos, azules o blancos, como semáforos, artefactos a los que llamó Aparatos Mágicos que presentó en la memorable exposición del Museo de Bellas Artes de Caracas (1962). Conectado con el paradigma del “desarrollo”, Negret representa como ningún otro artista colombiano, el deseo de modernización de América Latina.
Mapa
1957
Aluminio policromado y madera Colección Ganitsky Guberek
En 1944, su encuentro como estudiante en la remota Popayán, con el escultor vasco Jorge de Oteiza, perteneciente al exilio republicano provocado por la guerra civil española, orientará de manera definitiva su visión de la escultura. A través de Oteiza, el joven Negret conocerá los aportes de las vanguardias del arte del siglo XX al arte moderno, incorporando desde entonces los planteamientos escultóricos contemporáneos en términos del uso de los materiales y de su concepción espacial. Oteiza aplica a la estatuaria agustiniana, en su identificación de tiempo y movimiento, el principio de que “todo lo que se mueve es temporal y por tanto abocado a la muerte mientras lo inmóvil permanece a salvo”, tesis a la que adhiere Negret extendiendo idénticos sentimientos de plenitud hacia la escultura moderna. Tras dicho encuentro, Negret viajará a Europa para trabajar con Giacometti y Wilfredo Lam. Años más tarde, en 1966, Oteiza en carta dirigida a su consagrado alumno, reverencia su obra al definirla como… “una indagación a la naturaleza o la naturaleza del silencio”.
De su encuentro con el artista norte-santandereano Eduardo Ramírez Villamizar, Negret reafirmará en aquel la vocación de escultor. Desde entonces Ramírez Villamizar aborda paulatinamente la escultura hasta el punto en que ambas figuras, Negret y Ramírez Villamizar, proyectarán la escultura geométrica abstracta durante décadas en el arte moderno colombiano.
La evolución técnica del trabajo del artista lo conduce al uso del aluminio, material que permite dobleces más libres, y en más de un solo plano. La obra adquiere un simbolismo visual más profundo…”dejando atrás la reverencia algo primitiva por los artefactos industriales con ángulos remachados. Las obras nuevas repentinamente hablan un lenguaje mucho más universal de aspiraciones y temores. Los tornillos y tuercas, sin embargo, quedan para recordar los orígenes”, (Douglas Hall). Las obras asumen los referentes -Acoplamiento y Navegantes- de la máxima aventura del hombre del siglo XX: la conquista del espacio.
Su encuentro en Nueva York con el poeta y dramaturgo norteamericano Paul Foster, autor de la obra de teatro “El grito sobre el puente” (1966) pieza que explora, como expresión de la lucha por los derechos civiles, la condición pluriétnica y multicultural de una sociedad que empieza a tender puentes hacia otras culturas. El encuentro estuvo abonado por el paso de Negret por la reconocida escuela alternativa: la New School de Nueva York, en la que ofició como maestro. Aquel es el contexto que desencadena las series de Puentes, Torres y Vigías en las que el escultor alcanza un gran momento y su plena madurez. Todas sus composiciones se yerguen como puentes hasta hacer de la escultura de Negret,… “una auténtica abstracción referencial, una alusión poética que recrea el universo” (José María Salvador).
Puente 1972
Aluminio pintado
Colección Ganitsky Guberek
Su encuentro con el Cuzco y Machu Picchu en 1980 subvierte toda su propuesta plástica. La escultura evoluciona hacia una clara ortogonalidad y hacia una tendencia radial desde un núcleo central… “aparece una mezcla de facetas rectas (sinónimos de arquitectura y cultura)”- las líneas rectas no existen en la naturaleza, son creación humana- “con planos curvos (metáfora de montaña y naturaleza) simbolizando la veneración de los Incas por la sagrada geografía, permitiéndose por primera vez un gran juego de rojos, naranjas, amarillos, violetas, verdes, azules, con el blanco y el negro”, (José María Salvador, De la máquina al mito). La dimensión de sus propuestas remonta a una escala urbana convirtiéndose en un referente de modernidad para sus habitantes.
Eclipse de Sol sobre Cuzco 500 años, 1990
La primera internacionalización del arte colombiano gestada por la generación de maestros del arte moderno contemporánea con Édgar Negret superó las secuelas del muralismo mexicano, relegó la influencia de la Escuela de París (Picasso y Dubuffet) y se insertó, desde América Latina, a las corrientes del arte moderno occidental posibilitando además la creación de los Museos de Arte Moderno en el país.
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