Quiero aprovechar la coyuntura de los actuales diálogos de paz entre el Gobierno colombiano y el grupo guerrillero de las Farc para insistir en algo que he venido diciendo en distintos escenarios: me parece urgente y prioritario construir una nueva cultura política. Y creo que esta nueva cultura política debe emerger de una nueva forma de ver el Poder.
Confío en que este nuevo intento de diálogo (aunque me parece que quizás el término más apropiado sea el de conversación, porque se trata de girar, de dar vueltas alrededor de los intereses de los otros, y no exclusivamente desde los míos; la conversación conlleva la posibilidad de querer estar con el otro, pensarlo, mirarlo a los ojos, y conocer realmente quién es y qué quiere), entre las partes mencionadas conlleve la posibilidad de abrir otra senda por dónde caminar en política y que, en consecuencia, se geste otra camada de seres humanos que la ejerzan de manera distinta a como se hace hoy en día en el ya no muy amplio panorama político: de derecho, de centro, de izquierda, y de cuantos puntos cardinales nos inventemos.
Pienso en los grupos que en Colombia buscan incansable y afanosamente construir otro país: indígenas, campesinos, afro colombianos, mujeres, comunidades LGTBI, estudiantes, profesores, empleados bancarios, grupos guerrilleros…, todos dicen que debe haber mayor equidad, justicia, inclusión, más oportunidades… Hasta la fecha, los diálogos de paz actuales han dependido básicamente del estilo de gobernar de cada presidente, de su personalidad y, por supuesto, del cuadro faccional partidista que se atienda en la arena electoral y en el Congreso de la República. Me parece que ha habido un exceso de pragmatismo en este asunto, empezando porque se ha supuesto que lo esencial de estos procesos es infundirles un cierto toque de ritualidad, dejando a un lado el contenido valorativo relevante. Se genera un aire de racionalidad instrumental sin pensar en lo sustantivo de la negociación. Se olvida en lo que tantas veces insistió Álvaro Gómez Hurtado, en ponerse de acuerdo sobre lo fundamental. Lo demás…
Pero ¿cuál es el papel de la universidad en estos diálogos? Me aventuro a decir que la universidad debe realizar fundamentalmente lo que está en capacidad de hacer, que no es otra cosa que cumplir el mandato misional que le ha encomendado la sociedad: formar profesionales competentes, adelantar procesos de investigación en aras de fortalecer el desarrollo de los programas académicos y, quizás lo más trascendental: formar ciudadanos honestos, incluyentes, hospitalarios, que actúen siempre con justicia, compasión y solidaridad, valores que deben repercutir en alcanzar factores de equidad social.
Lo dijo el presbítero Gonzalo Restrepo Restrepo (exrector de la Universidad Pontificia Bolivariana): "La escuela, constitución normal de un país, depende mucho más del aire público en que integralmente flota, que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros…"; y también lo manifestó el filósofo Ortega y Gasset en su texto Misión de la universidad: "si un pueblo es políticamente vil, es vano esperar nada de la escuela más perfecta". En este orden de ideas, creo que la misión política de la universidad en los actuales momentos de los diálogos de paz (y no estoy pensando en una silla para la academia universitaria en Oslo) está en no perpetuar el statu quo que excluya de los saberes a amplios sectores de ciudadanos; así como en continuar con la formación de líderes que aprendan a gobernar, entendido éste concepto no desde la perspectiva jurídica de una autoridad, sino como la posibilidad de influir en la sociedad demostrando una capacidad de conducción hacia propósitos comunes en la idea de construir un gran relato nacional para todos.
Ojalá sean este tipo de sueños los que tengan los académicos que continúan impulsando la Red de Universidades por la paz, y que están diseñando un Congreso para marzo en la ciudad de Cali. Ojalá que no olviden lo que también decía Ortega y Gasset en su texto Una fiesta de paz: "El órgano de la paz es, sin disputa, la universidad; de esa paz, repito, que coexiste con las mayores convulsiones y las atraviesa sin quebranto, sin solución de continuidad. Puede decirse, sin peligro de error, que tanto hay de paz en un Estado, cuanto hay de universidad, y solo donde hay algo de universidad, hay algo de paz".
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