El pasado 14 de julio este medio publicó una columna de Sebastián Trujillo, titulada Vamos a traer gente. Recordarla nos ayuda a indagar sobre qué es lo que a veces entendemos los manizaleños y los caldenses por "desarrollo", y qué tanto de nuestra idiosincrasia le imprimimos a esa idea.
En la columna se resaltan dos afirmaciones que sirven como pistas.
La primera: Si Manizales quiere desarrollo, debe atraer a los campesinos que están saliendo del campo hacia las ciudades en busca de mejores condiciones.
Esta es una posición en la que se aprovecha un efecto perverso del desarrollo para exigir más desarrollo. Nos engañamos creyendo que esta idea nunca la hemos aplicado, sabiendo que la promocionamos desde hace años, y al tiempo vemos nuestros problemas como si no tuvieran relación con la forma de vida que hemos practicado con el "desarrollo" bajo el brazo.
De esta forma creemos que si los campesinos se desplazan es porque quieren, no porque lo hayamos causado con nuestro modelo de sociedad. Igualmente: si la ciudad está estancada, con desempleo y pobreza, con los recursos y las personas yéndose, es por causa de un oscuro designio pero nunca de nuestro tipo de "desarrollo".
El mismo ejemplo de los campesinos es bueno para desmentir esta posición. Ellos no se desplazan por la sola "búsqueda de oportunidades", lo hacen por la forma como se han promovido, de acuerdo con este "desarrollo" tan nuestro, la concentración de la propiedad rural, el estancamiento de la gestión agrícola y de la economía primaria, y el énfasis en lo urbano; esto sin hablar del conflicto armado que los amenaza mientras al tiempo da beneficios para nuestro modelo económico: mano de obra urbana y tierra rural a bajos costos. Así pues que se trata de un fenómeno que nació, no por haber ignorado las bondades de este "desarrollo", sino por haberlo aplicado de manera constante.
¿Qué pasa entonces con otras realidades del departamento, como el déficit de derechos sociales o la fuga de capitales y de personas? Varios también saldrán a decir que se dieron por no haber practicado nuestro "desarrollo": el del énfasis en la economía de servicios, el del emprendimiento, etc. Acostumbramos ofrecer como medicina el veneno que nos causó el malestar, mientras pensamos que la realidad, con sus dificultades y miserias, apareció de la nada; entonces no la vemos como la triste consecuencia de nuestro "desarrollo", sino como la justificación para seguir promocionándolo.
La segunda afirmación: Manizales debe ofrecer una educación técnica, pues las humanidades "no nos van a sacar de pobres".
Esta es la prueba de que suele verse el "desarrollo" como un logro de lo práctico y no de lo teórico, de la forma y no del fondo, de lo económico y no de lo filosófico.
Con esta mirada resulta siendo más importante el ensamblaje que el diseño. Se idealiza la reproducción de modelos ya hechos y la aplicación de fórmulas preestablecidas, pues lo técnico, a secas, por más necesario que sea, difícilmente problematiza, critica, soluciona o transforma. Solo defiende una misma idea, la eficiencia, haciendo creer que no defiende ninguna.
Es la repetición continua que no pregunta cuál es su principio o su fin: son actos sin espíritu. Y al cabo que gente sin espíritu, que solo haga y no pregunte, también es lo que necesitan los corruptos y los que sacan mayor provecho con esta torpe economía.
Esta forma de "desarrollo" donde prevalece lo técnico, hasta ha olvidado que las ciencias económicas nacieron también como humanidades -más en función de lo humano que del mercado-, pues de ellas ha preferido sus caras efectistas e insolidarias, esas que esperan que las externalidades positivas hagan el trabajo más duro.
A veces nos posee este "desarrollo" autóctono que no se usa para progresar sino para mantener y reforzar el mismo estilo de vida. No va hacia adelante, como se supone, pues pareciera que para Caldas el desarrollo debe mantenerse quieto, dialogando consigo mismo. Es una propuesta que reincide en lo malo: que cada vez que se hace sentir aparenta un revolcón, pero vuelve y nos deja ante los vicios de siempre. Es el producto de esa mala costumbre de girar sobre un solo pie, dar una vuelta completa y decir, convencidos, que el paisaje cambió.
Antes de reincidir en nuestro estilo de "desarrollo", hay que pensar uno al que primero le demos un espíritu, lleno de filosofía y sueños, para después darle una forma que deje de ser la repetición de la repetidera.
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