Ahora que comenzamos de nuevo actividades académicas en las universidades, se me ocurre pensar qué significa eso de ser estudiante universitario, ¿qué es eso de ser universitario? Y cuando pregunto esto, no puedo dejar de pensar que a veces siento que los jóvenes tienen razón cuando dicen que por un lado va la educación y por otro lado, muy distinto, sus propios intereses, sus expectativas. Por eso, no me extraña cuando se resisten a leer páginas y páginas de libros porque, preguntan ellos, "¿eso para qué sirve?".
Con alguna insistencia, muchos averiguan para qué sirve aprender que la tabla periódica contiene poco más de 118 elementos químicos, y que los átomos están compuestos de partículas todavía más pequeñas: protones, neutrones y electrones; o para qué aprender que un sustantivo es una palabra que agrupa animales, personas o cosas; o para qué saber que a, ante, bajo, con, contra, para, según, sin, sobre…, son preposiciones de la gramática española.
Y escuchándolos con cuidado, creo que tienen razón, porque para qué sirve aprender todo eso, si ni siquiera sabemos convivir, ni tampoco aprendemos cómo respetar a los otros y a las otras, y mirarlos a los ojos cuando nos hablan. Tienen razón los jóvenes cuando cuestionan esta educación que están recibiendo porque al parecer todo indica que es lo menos humana que se pueda encontrar. En las aulas de clase les mostramos cómo se construye una oración, o cómo se cuadra la cámara para hacer un video, o les obligamos a comprar voluminosos libros de fisiología, de códigos de leyes; de cómo hacer programaciones informáticas, la manera de hacer encuestas…, en fin… muchas cosas, pero no ponemos el acento en que todo esto que acabo de mencionar tiene que estar al servicio para convertirnos en mejores ciudadanos, más justos y equitativos, más respetuosos y amorosos, más solidarios e incluyentes; así como tampoco les brindamos posibilidades de que encontremos caminos para que averigüemos si somos mestizos, mulatos, o… si de pronto somos españoles.
Llamaría la atención sobre la traducción, corrijo, la interpretación que han hecho comunidades indígenas de este país, del artículo 11 de nuestra Constitución Política de Colombia. En ésta aparece: "Nadie podrá ser sometido a pena cruel, trato inhumano o desaparición forzada". (Debo confesar que siempre me ha parecido curioso este artículo en la Carta Magna, pero bueno… ahí está). Sé de muchas comunidades indígenas que lo interpretaron de la siguiente manera: "Pedazo diez uno: nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente". Tengo la sensación de que hay una gran distancia entre la una y la otra.
Y frente a esto planteo, que si los jóvenes, sobre todo, quienes han tenido el privilegio de convertirse en estudiantes universitarios, se lo aprendieran y lo hicieran suyo (me refiero a la interpretación de los indígenas) en la vida cotidiana, habría muchísimas posibilidades de que este país fuera distinto. A esto yo le llamo ser universitario; es decir, a aprovechar las ventajas infinitas que brinda el vasto y diverso mundo de la universidad para hacer de este planeta un lugar más humano; un espacio en donde llevemos a los demás en el corazón y no le hagamos mal a nadie, sobre todo a aquellos que piensan y son diferentes a nosotros.
A veces se me ocurre pensar que en los centros de educación superior debería haber un gran letrero que parafraseé el anhelo del Fausto de Goethe y diga algo así como "en esta universidad buscamos una altísima existencia". Así, me parece, podríamos hablar de que somos universitarios.
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