Antes de que el médico de Unisalud me conminara a caminar como mínimo media hora tres veces por semana, por aquello de la tercera edad y otras maravillosas realidades, me puse en la tarea de hacer largos recorridos a pie, pensé que Manizales era el lugar ideal para este ejercicio: lo bucólico de su paisaje, la belleza de su entorno, el nevado, los atardeceres, la arquitectura, su gente; pero "La ciudad donde se puede vivir" resultó en este sentido más bien chimba, como dicen en Bogotá para referirse a todo lo que tiene tufillo de espejismo.
Salvo el Boulevard del Cable y el Paseo de los Colonizadores en Chipre, no hay un solo andén en la ciudad que permita moverse con facilidad, o son insuficientes para albergar el número cada vez mayor de peatones, o están en mal estado, o no existen, o están plagados de vendedores, y más grave aún, es que están "modelados" al arbitrio de los constructores o dueños de las edificaciones adyacentes, quienes para atender lo corto de su visión, o sus mezquinos intereses los "torturan" de tal manera que inhiben cualquier posibilidad peatonal; las rampas de acceso a los garajes por ejemplo, empiezan muchas veces en la calzada, se forman aparatosas escaleras entre un predio y el siguiente, carros parqueados, materiales resbalosos, dejando al peatón en estado de alerta permanente, que de no atenderse lo puede llevar a morir en el intento.
Observar a una mamá tratando de hacer avanzar el cochecito de su bebé recién nacido, las peripecias mortales del señor de las muletas, la angustia de la cada vez más creciente población de la tercera edad, son situaciones cotidianas cuyo dramatismo deriva en el inconformismo, el escepticismo, y en la rabia de la gente, un círculo vicioso que retrasa toda posibilidad de alcanzar aquello que llamamos civilidad.
El grado de solidez de una cultura se mide por la calidad, respeto, y apropiación de su espacio público, una sociedad que no pueda deambular libremente en el escenario de la ciudad, que no pueda hacer uso pausado de los lugares reservados al ejercicio democrático, que no pueda expresarse con fluidez en sus calles y plazas, donde lo público, sencillamente, le está vedado por la codicia e irrespeto de sus congéneres, y la vista gorda de sus gobernantes, es una sociedad condenada al fracaso.
Bajo el liderazgo de la Administración Municipal, se está en la revisión de largo plazo de su Plan de Ordenamiento Territorial, una oportunidad para evaluar y redireccionar los cometidos pretéritos allí donde se concluya que se ha trastocado el orden de prioridades; por eso insistimos en que el bienestar de la gente debe ser el objeto central de esta revisión, y que los proyectos prioritarios de desarrollo urbano seleccionados para la vigencia del Plan, antes que buscar soluciones de relumbrón a los problemas de la movilidad vehicular, deben atender al espacio público, es decir al ciudadano, al que habita las calles; si la prioridad fuera el rescate, cualificación y construcción de andenes, y volver a tejer la trama de los colonizadores en aquellos lugares donde se rompió por la pobre concepción urbana en el diseño de la Avenida del Centro, que segregó los barrios localizados en su costado norte y que de no corregir el par vial del macroproyecto de San José, se van a seguir segregando por no tener en cuenta la trama transversal de la ciudad, Manizales dejaría de ser una ciudad excluyente y la participación ciudadana sería el corolario natural de esta empresa.
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