Hace años Andrew Carnegie era uno de los seres más ricos de Estados Unidos y del el mundo.
Lo más curioso es que se volvió alérgico a la plata a medida que crecía en riqueza y en edad.
El simple contacto con el dinero lo ponía mal y, aunque suene paradójico, nunca lo llevaba consigo.
Quién lo creyera, un día el multimillonario fue bajado de un tranvía en Londres porque no tenía con qué pagar el pasaje.
Lo positivo de todo esto es que Carnegie se convirtió en un gran filántropo con alto sentido social.
Lástima que eso no le suceda a tantos que solo viven para acumular y olvidan que son simples administradores de Dios.
Él les da dinero y poder en esta vida, no para guardarlo y derrochar, sino para servir y hacer el bien.
Con razón dijo Jesús que es difícil servir a Dios y al dinero. Ojo, cuídate de ser poseído por lo que posees.
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