Dos hechos recientes, y aún vigentes, me llevaron a una asociación que nunca antes se me había ocurrido, la cual llegó como una fuerte intuición: el político más parecido a Luis Carlos Galán que el país ha tenido desde su muerte es Sergio Fajardo. Los dos hechos que me condujeron a esta asociación, que se presentó de manera espontánea e instantánea, fueron por un lado la emisión de la serie de televisión "Escobar, el patrón del mal", y por el otro las recientes amenazas contra la vida del gobernador de Antioquia. Si bien se pueden evidenciar ciertas coincidencias entre ambos a lo largo de sus vidas -acceso a una educación de buena calidad, conocedores del mundo, similar origen social-, es en la madurez de ambos políticos cuando su gran parecido es más que evidente: su esfuerzo por construir un Estado y una sociedad sin corrupción, sin mafias y con una democracia para todos.
Galán ingresa a la política en el otrora todopoderoso Partido Liberal, pero emerge y se destaca como una figura independiente y rebelde dentro de esta colectividad, para luego hacer disidencia y fundar un nuevo partido, el Nuevo Liberalismo. Su lucha radical fue contra el voraz clientelismo y la enorme corrupción del sistema político colombiano de finales de los años setenta y todos los ochenta. Pero también descubrió cómo el narcotráfico estaba penetrando la política y la economía, y trayendo degradación a toda la sociedad. Y es entonces cuando llega ‘el patrón del mal’. Para esa época ya había una asociación criminal y corrupta entre políticos y narcos, a la cual también se asomaron empresarios y mercaderes oportunistas, quienes luego al igual que San Pedro negaron cualquier vínculo con la mafia, como lo siguen haciendo ahora. En 1989, una sociedad renovada por un impulso juvenil y hastiada hasta las náuseas de corrupción estaba lista para elegir a Galán como presidente. El resto ya lo sabemos. Ahí quedó frustrada una esperanza colectiva.
Sergio Fajardo llegó a la política de la mano de un pequeño grupo de personas que querían hacer un cambio profundo en la política de Medellín y Antioquia en el año 2000. Fajardo ya llevaba una década interesado en los temas públicos y en la paz, más allá de su docencia universitaria en matemáticas, pero fue en este año que se hizo político. No conquistó la alcaldía de Medellín en el primer intento, como no lo hizo Galán con la Presidencia en 1982 y 1986, pero ganó las siguientes elecciones locales y gobernó con lujo de competencias de 2004 a 2007, siendo el mejor alcalde del país en ese período. Durante su alcaldía el sello que lo distinguió fue su obsesión por la transparencia y por encender una llama de esperanza en una manera diferente de gobernar.
Ambos sufrieron derrotas políticas, la razón, la misma: no contar con un aparato político que apalancara sus pretensiones. Ambos con una fe enorme en la educación. Ambos cosechando enemigos a causa de lo que podríamos llamar su sana inocencia, lo cual se convierte en una enorme amenaza para todas unas redes, tal vez ya institucionalizadas social y políticamente, que se ‘engordan’ de la oscuridad, del engaño, del delito y del crimen. Y por eso, hoy como hace veintitrés años, emergen los riesgos contra esta manera de ver y actuar en la política. Ayer Galán, hoy Fajardo.
Es vital para el país que Sergio Fajardo siga vigente en la vida política. Lo más seguro es que termine de manera exitosa su gobernación y sea una opción de mucho peso para las elecciones presidenciales del 2018. Y si lo sigue acompañando el espíritu con el que hasta ahora ha hecho política, los riesgos aumentarán. Crecerán en la medida en que indague más en las estructuras políticas y económicas prevalecientes en la sociedad colombiana -impregnadas ambas de corrupción y profunda inequidad-, y que quiera hacer cambios drásticos, que sean inconvenientes a unas minorías poderosas. Y riesgos no significa exclusivamente contra su vida, también cuentan todos los esfuerzos para sofocar su progreso político, o como en la serie de TV: "asesinatos de carácter", es decir campañas de difamación y calumnia, conocidas como "propaganda negra".
Es un deber ciudadano, de quienes quieren de verdad que haya cambios profundos en el país, proteger a Sergio Fajardo y a todas las personas que evidencien ser parte de la transformación que se requiere.
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