La gráfica de El Tiempo capta al sargento Rodrigo García con una expresión de dolor íntimo e impotencia invencible. Esas lágrimas rodando por sus mejillas, narran el sentimiento que causa el saberse oprobiado, humillado, maltratado y ultrajado por los mismos por quienes se sacrifica día y noche. Y esa impotencia que se genera al no poder mover un solo dedo en la defensa personal e institucional y tener que asistir a su propia degradación sin tener ayuda alguna.
¿Hasta dónde hemos llegado? Indígenas que custodian extensas rutas de tráfico de drogas y armas de las Farc, y les protegen sitios geográficamente estratégicos, agrediendo vilmente a nuestros soldados; colombianos con legislaciones y fueros especiales que han quedado en evidencias gráficas compartiendo con terroristas de las Farc y que acuden a sus propios mecanismos legales para volverse intocables y delinquir impunemente, acabando con el honor de las instituciones ante los ojos resignados del Gobierno Nacional.
Son los mismos indígenas que claman por protección y privilegios especiales y que posan de mártires ante escenarios nacionales e internacionales cuando, en la práctica, tienen un bien estudiado sistema de convivencia con los enemigos de la Patria y les sirven ya no solo de auxiliares, testaferros y colaboradores, sino de mampara y barrera para impedir que nuestra Fuerza Pública ejerza sus funciones constitucionales.
No puede ser que en Colombia esté pasando esto y que el Gobierno Nacional pretenda hacernos creer que se tienen las situaciones controladas. La gravedad de lo que le pasó al sargento García y a los demás miembros de nuestras fuerzas armadas que han sido objeto de ultrajes públicos, es inmensa. Y no podemos considerarlo como un episodio más en esta lucha desigual que libra la fuerza pública colombiana, pues estos atentados proferidos contra los soldados de la Patria los sentimos en el alma todos los colombianos de bien. ¡Ay! que hubiera sido al contrario: que algún soldado, en medio de estos aleves ataques hubiera osado siquiera empujar a un "pobre" indígena… El paredón les hubiera parecido poco a esos organismos internacionales tan proclives a condenar todo lo que atente contra la estabilidad del terrorismo. Y hoy estaría ese soldado procesado y anticipadamente condenado por algún juez de la República.
El país no puede seguir permitiendo que las legislaciones especiales de los indígenas sean utilizadas para que las Farc, el narcotráfico y el terrorismo se fortalezcan y utilicen estos territorios como puntos estratégicos y como rutas impenetrables.
Las lágrimas del Sargento García ruedan también sobre nuestros corazones; y no solo las del Sargento García. No podemos olvidar que hay otros militares en las cárceles que también lloran por las injusticias cometidas en su contra. Y familias enteras derramando lágrimas por asistir impotentes a la persecución del Estado en contra de los héroes que lo entregan todo a cambio de una celda fría e inhóspita. Héroes que son sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos, sus amigos…
Por eso indigna ver los registros gráficos de Teodora con estos indígenas desalmados días antes de los disturbios y las afrentas cometidas contra el Ejército colombiano. Y ver también el registro gráfico de esos mismos indígenas en compañía de terroristas de las Farc armados, tal vez recibiendo instrucciones de cómo proceder para degradar a los hombres que lo exponen todo para defender nuestra Patria.
¡Cuánto camino hemos perdido en estos dos años de complacencia y mediocridad! ¡Cuánto hemos retrocedido en seguridad, soberanía, firmeza y credibilidad! ¡Cuánto le hemos cedido al terrorismo, a la barbarie y a la perversidad! Ya hasta nuestra Fuerza Pública es vapuleada por los propios colombianos, y en respuesta a ello solo tenemos mares de agua tibia.
Y por más que el presidente Santos trine insistiendo en que "No cederemos un solo centímetro del territorio nacional", hay que decir que ya esos centímetros, y metros y kilómetros están cedidos al terrorismo y que en esos vastos territorios dominan guerrilleros amparados por indígenas, e indígenas aupados por esos "Teodoras" que se pavonean por nuestro suelo haciendo y deshaciendo ya no solo con nuestro territorio, sino que hacen y deshacen con la dignidad de quienes tienen el deber de defendernos; es decir, haciendo y deshaciendo con nuestra propia dignidad.
Vaya pues desde aquí esta solitaria voz de solidaridad con el Sargento García y con los cientos de soldados y policías que se han visto agredidos, humillados e injustamente tratados por sus propios compatriotas en el campo, las ciudades y -pavorosa y perversamente- en los tribunales. Las lágrimas del Sargento García son pues un clamor por la justicia; son un grito que reclama mano firme; son una expresión de la impotencia que sentimos los colombianos cuando vemos al Gobierno Nacional cediéndole terreno al terrorismo y doblegándose ante unos enemigos aleves, rastreros e inhumanos. Y esas lágrimas no pueden ser en vano. (twitter: @titepava)
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