Don Mariano José de Larra, conocido como Fígaro, y antitaurino distinguido, refiriéndose en 1828 a las corridas de toros, menciona a Francisco de Cepeda quien expresa que en el año 1100 se corrieron toros solamente en España, durante festividades públicas.
De allá hasta acá, han pasado muchas cosas en la vida intrínseca de los seres humanos como en el entorno. Los intereses de las personas del siglo XII comparados con los del XXI, son bien distintos no sólo porque el planeta estaba reducido a una parte conocida que todavía no involucraba a América ligada a Europa.
Poco a poco las cosas que no fueron posibles antes se convierten en factibles, y a la inversa es válido, es un fenómeno universal sin límite de tiempo, como lo sucedido en Bogotá cuando el señor alcalde, éste y no otro, apoyado por funcionarios de su administración y habitantes de la capital de la República, ha dispuesto que no permitirá que se mate al animal durante los espectáculos taurinos.
En los tiempos modernos no hay una mayoría adepta a las corridas por diferentes factores, algunos de los cuales son de la exclusiva responsabilidad de los mismos taurinos. Es un espectáculo que se ha vuelto costoso y los enemigos de la Fiesta Brava, incluyen inapropiadamente el término expresado en tono despectivo de elitista. No hay duda, es un espectáculo que sólo aprecia un porcentaje pequeño de la población y para ello son las estadísticas de quienes asisten a las corridas, a lo que se suma aquellos que leen, escuchan o ven imágenes sobre los toros y su lidia.
Hay que distinguir varias clases de aficionados pero a la hora de la verdad, todos contribuyen a mantener la actividad taurina, con su característica forma de entender una corrida, la manera de disfrutarla o la forma de enterarse de ella. No todos tienen que encontrarse en una plaza de toros, como otras recreaciones.
El prohibir la muerte del toro en plaza, todo dicho de voz, es no comprender lo que es una corrida actual. A los gobernantes puede gustarle o no un hecho, puede estar de acuerdo o no con un evento, pero no puede ignorar los derechos de quienes siendo minoría tienen derecho a expresar sus gustos y participar de los eventos en donde sus querencias puedan ser disfrutadas sin que atenten contra la vida y dignidad de los demás seres humanos.
No se puede olvidar que el ser supremo viviente es el humano. Nadie ni nada por encima, por más grande o pequeño que sea, por más feroz o manso que se comporte.
Una corrida de toros no es un acto obligatorio, ni más faltaba. Así sucede en la vida real: hay quienes gustan de algo y lo disfrutan y otros que no quieren saber nada de esos gustos se abstienen de todo lo relacionado. Pero entre los humanos civilizados la tolerancia es lo que se impone.
Las aficiones o los gustos no son un asunto de mayorías. Es un derecho de quienes, muchos o pocos, quieren participar en esa inclinación.
Aficionados y abstencionistas seguramente se encuentran identificados en otros menesteres y por ello, a quienes no compartan esas actividades se las deben prohibir. De otro lado, no debe ser restringida por otros una determinada clase de tareas o compromisos o afanes, ejercida conjuntamente por devotos y prohibicionistas.
Matar o no matar el toro: Esa es la disyuntiva final en Bogotá. Antes de entrar en la disquisición hay que estar seguros de que los matadores de toros cumplan con su cometido a cabalidad para evitar actos carniceros en los que caen también absurdamente, a veces, los puntilleros. Hay que buscar estrategias para lograr la muerte rápida del toro. Una corrida de toros debe ser un espectáculo apto para un ser humano desde que tenga uso de razón.
Se pueden esgrimir muchos argumentos técnicos a favor de la Fiesta. Otros tienen la palabra.
Nota: Un Hospital Universitario es una aspiración válida
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