Les hago a ustedes amables lectores, las siguientes dos preguntas que se las hice a quienes se graduaron la semana pasada en la Universidad de Manizales: ¿Cómo arrebatarle la vida a la guerra? Y ¿cómo quitarle a las violencias la política? Frente a ambas preguntas, expongo la siguiente reflexión con el propósito de que la pensemos juntos: Creo que el conflicto armado que hemos vivido, mejor sería decir, hemos sufrido, durante poco más de 60 años nos ha arrastrado al borde de la humanidad que habita en nosotros; nos ha llevado a las márgenes en donde lo relevante se vuelve trivial, y lo banal, trascendental; este tipo de violencias -como las otras, caso de las violencias domésticas, o el maltrato a los niños y a las niñas- nos ha arrinconado en el breve espacio en donde los valores se relativizan y la racionalidad ya no parece significar nada. Las violencias se volvieron cotidianas, a tal punto que nos volvimos insensibles frente al dolor ajeno. Cuando les sucede a otros, a lo sumo lo más que decimos es "qué lástima"… y seguimos viendo el partido.
Charles Chaplin en su famoso discurso en El Dictador decía que "el camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido ese camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad, pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá".
Y bien lo preguntaba Eduardo Galeano: "¿Hasta cuándo la paz del mundo estará en manos de los que hacen el negocio de la guerra? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido para el exterminio mutuo y que el exterminio mutuo es nuestro destino? ¿Hasta cuándo?...".
Me parece que debemos empezar por reconocer que este Planeta merece ser otro Planeta; y que la paz nos merece. La paz, ciertamente, es una palabra; pero también un acto moral. Y moral viene de mores que significa hábito; y en esto debería convertirse la paz, en un hecho cotidiano, habitual, de simple y sencilla costumbre. No estoy muy convencido de que la paz sea de obligatorio cumplimiento; es más bien un estado del alma. La paz ni siquiera debe recomendarse; cuando esto sucede lo que realmente pasa es que se la prohíbe. Y la paz no se prohíbe. Un estado del alma, de la conciencia debe ser un estado de libertad, porque la paz es justamente eso, libertad.
Y ser libres tiene que servirnos para actuar de manera razonable; para pensar que como ciudadanos que estamos junto a otros ciudadanos nuestro comportamiento debe ser justo, leal, respetuoso, incluyente, solidario, honesto… Cuando entendamos esto, cuando comprendamos que la paz depende de cada uno de nosotros será posible pensar en arrebatarles a las violencias la política, en quitarles a las guerras la vida.
Creo que este desequilibrado país no tiene unos pocos culpables: Los gobernantes o las clases dirigentes. Me parece que la construcción de este país es un asunto de corresponsabilidad. Ya no podemos seguirle echando la culpa de todos los males a los demás; de que en todas estas décadas de sufrimiento por el cruel conflicto armado en el que murieron por lo menos 220 mil ciudadanos, que se desterraron a unos seis millones de personas que prácticamente lo perdieron todo, para no citar sino dos cifras relevantes, la culpa la tengan los otros. Quizás debamos hacer un gran acto de contrición y mirar cómo vamos a seguir caminando, por dónde hacer camino.
Recuerdo estos versos del escritor Ernesto Quintero Gil, respecto de la tan anhelada paz: ¡Qué bueno ser agua que purifique! / ¡Qué bueno ser aceite que mitigue! / ¡Qué bueno ser sal que sane! / ¡Qué bueno ser luz que ilumine!
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