Es muy normal que al escuchar la palabra "mafia", cierto chip empotrado en la mente humana y en especial en la de los colombianos, recurra al uso de hitos que, de alguna manera, nos trasladan a momentos que se asocian directa o indirectamente con lo que entendemos por esa palabra.
Un millón de pesos por la cabeza de un policial asesinado; el desmembramiento de cuerpos humanos con motosierra; submarinos cargados de droga o individuos lanzando billetes de diez mil desde una avioneta se constituyeron en los símbolos con los cuales fue identificado el fenómeno mafioso en la década de los 90.
Nombres como Pablo Escobar, Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela o el Mexicano se convirtieron en una especie de efigie esculpida en carne y hueso y que representó la barbarie, la maldad y sobre todo el dinero fácil. Eran hombres que cuando los mencionaban los medios de comunicación, se asociaban con cadenas de oro alrededor del cuello, anillos estrambóticos en sus grandes dedos y sobre todo muchas "novias de barrio".
Con esta clase de héroes comienza un doloroso episodio de crueldad de nuestra historia reciente; arranca nuestra historia mafiosa. Pero lejos estábamos de imaginar que ese solo sería la punta de un iceberg con el que ya nos estrellamos y que hasta ahora estamos viendo su verdadera dimensión.
Lenta pero inexorablemente nuestra mentalidad mafiosa ha ido descendiendo e invadiendo sectores de la economía que parecían impenetrables como la canasta familiar. Hoy, las plazas de mercado se comportan como centros de negocios en los que la intermediación mercantil dejó de ser un simple acto de conexión entre productores y consumidores y ha mutado hasta convertirse en un agujero negro en el que el panelero o el cebollero y las amas de casa perdieron el derecho de escoger la mejor oferta; se convirtieron en lacayos de un perverso sistema de intermediación desigual y asimétrico. Créalo o no, el conocido plátano, el agradable tomate y hasta el popular cilantro son manejados por monopolios que imponen por la fuerza las reglas del mercado.
Todos rehusamos a que nos relacionen con grupos de tan poca reputación como son los mafiosos. Pero lo irónico de todo esto es que mafioso no es solo aquel que trafica con cocaína, heroína o marihuana. Mafioso también puede ser el que altera las reglas del libre mercado. Mafiosos son los actos de intermediación en los que se premia con dinero a alguien que no ha añadido valor a un producto o servicio. Mafioso también es pensar que uno debe ganar un sobresueldo por hacer simplemente lo que debe hacer en su empresa. Mafioso es el que con su posición organizacional se arroga privilegios para chantajear al subordinado; mafioso es el que exige "peajes" en la administración pública; mafioso es el que adecua una licitación para que alguien se la gane.
La visión mafiosa es un virus purulento y nosotros somos su medio de propagación. Ojalá las ciudades produzcan un antivirus que las blinde de semejante mal y que impida que el fenómeno mafioso se siga extendiendo porque cuando se llega al extremo en el que para rodar una buseta, tener una tienda de barrio, alquilar un apartamento, ejecutar una obra pública o utilizar unas escaleras eléctricas públicas se requiere pagar vacuna, es porque estamos en el borde de un precipicio.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015