El bastón de la guardia indígena puede ser el símbolo de que sí es posible tener en Colombia espacios de paz, pero la manera como lo han estado agitando, puede colocar en peligro precisamente esta fuerza simbólica y anhelo de paz. La crisis que se está viviendo en el Cauca es la crisis de una nación que desea la paz en delicada tensión con aquellos que creen que la guerra es la única salida.
El bastón indígena no puede humillar a la fuerza pública, ella tiene en un sistema democrático como el nuestro el monopolio constitucional del uso de la fuerza. Craso error cometieron los indígenas al actuar así contra las fuerzas militares y de policía, por ello ya pidieron disculpas. A su vez, hay puntos muy complicados en la actual correlación de fuerzas entre la fuerza pública y la guerrilla que ha colocado en medio a los indígenas. Esta es una realidad. Ya la Corte Constitucional en reiteradas oportunidades ha indicado la necesidad y la urgencia que la población civil no quede en medio de dos fuegos. Pero, por ejemplo los cuarteles de policía se siguen construyendo en estas zonas en medio de las casas de los pobladores. El grito indígena hay que comprenderlo como un hastío de la violencia, como una desesperación de ser utilizados como escudos de unos y de otros. A este clamor indígena el país no puede hacerse el sordo. Hay que comprenderlo y darle una respuesta.
Al agitarse ese bastón indígena hay en el fondo también una esperanza de que en este país podemos vivir en paz. Y este anhelo tiene que ser una voluntad colectiva de todos. La paz no la lograremos si no hay un deseo que logremos expresar en una voluntad con hechos contundentes de construcción de paz.
Ningún milímetro de la geografía nacional puede estar vedado a las fuerzas del orden. Pero una cosa es que no esté vedado y otra es que por prudencia, por respecto de la vida de los civiles, haya ciertas restricciones y cuidados. Y esta clave de lectura podría ayudar a solucionar lo que ocurre en el Cauca.
Colombia, poco a poco, despierta a la comprensión de los indígenas. Esta minoría étnica, que en otros países de América Latina ha logrado, por su peso relativo en la población, expresar y vehiculizar en los canales de expresión democráticos sus intereses y necesidades, en Colombia ha sido muy marginada. El Cauca tiene una población indígena importante y es por ello, que de allí nos viene este clamor. No podemos ser sordos.
De otra parte, esta realidad que viven los indígenas es la misma que padecen cientos y miles de campesinos, que tal vez por la falta de organización, no se ha puesto en medio de la opinión pública con tanta fuerza. Pero por ejemplo, las comunidades de paz de Apartadó y regiones aledañas, han vivido la misma tensión. Y son ya muchos los mártires del anhelo de paz.
Hay que negociar la situación en el Cauca, pero hay que hacerlo con una voluntad de paz muy grande, con un horizonte y un sueño muy grande, y no con una miopía militarista.
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