Filadelfia es un tranquilo municipio, poblado por gente amable, mujeres bellas, con una nueva clase dirigente inquieta y empujosa. Desde años atrás, Wadys Echeverri, un loco fascinante, publica "El Correo de los Carrapas", simpatiquísima revista que recoge las travesuras de este hortelano quijotesco.
Filadelfia celebra anualmente la fiesta del deporte. He visto en las carreteras nubes de motos que se tragan las distancias para llegar oportunamente a la salutífera tierra calentana. Los hijos del pueblo retornan de todas las esquinas del país para compartir en familia los maratónicos festejos. Antes, era la tierra del bizcochuelo. Año tras año este señuelo convocó al paisanaje que se enracimaba en casetas tamborileadas con música guapachosa.
Pero un día dijeron: no más. Y surgió el deporte como detonante de su alegría colectiva.
Ahora este municipio norteño nos sorprende. No conozco a Jesús Helí Giraldo. Tendrá cualquier edad, la piel morena, cabellera suelta, doblado de inquieto intelectual. ¿Mora en el parnaso? Sí. Nos lo dice su libro "Mi Familia Giraldo y Filadelfia". Hermoso homenaje a la cuna de su nacimiento. Este letrado debe tener sangre de estirpe, enraizado en un apellido de vernáculas historias. Todos tenemos un Giraldo enredado en nuestras genealogías.
Ha escrito el mencionado escritor, en estilo voluptuoso, un recuento sobre el reciente "Encuentro de Escritores Danilo Cruz Vélez". No escogieron la caña de azúcar de tan profuso cultivo en sus laderas, ni el sabroso aguacate, ni la guama con carne de algodón, como emblema de Filadelfia. No el forraje para el ganado, no el concentrado para la piara, no el alpiste para los pájaros, no la cabuya para las jíqueras. Ha levantado una alegórica estatua a su hijo más preclaro, a su filósofo de tanta alcurnia en la historia del pensamiento continental.
¡Qué bello ejemplo nos ha dado Filadelfia! Rescata del olvido a una de sus glorias, relanza al país el nombre de quien es símbolo, remembranza y blasón de un pueblo que ha decidido ser sujeto pensante en el seductor mundo del talento. Su espacio no lo llenó la mulera, ni la panela pegajosa, ni levantó monumentos a las cotizas de cabuya. Solo mi idolatrado Aranzazu hizo un fetiche del espinoso fique, planta casi exótica en nuestros campos. No es aceptable que esta mata fibrosa, de tan rarísimo cultivo, sea la referencia agraria de cuarenta veredas que nada saben de ella. Su clase dirigente parece avergonzarse de contar con el iluminado poeta, Javier Arias Ramírez; haber parido a un excelso músico, Juan Crisóstomo Osorio; o ser cuna de un jurista profundo, autor de seis magistrales tratados de derecho, Carlos Ramírez Arcila. Para mis paisanos, más valen unas alpargatas pantaneras que el olimpo de los elegidos.
Aguadas es otro caso magnífico. La Fiesta de la Iraca tenía una tradición de más de cincuenta años. Hay que pensar que de esta palma sale el famoso sombrero lucido a escala universal. Pero allí resolvieron caducar esos festejos y se inventaron el Festival de Pasillo. ¡Eureka! Esta música, genuinamente colombiana, dominó escenarios y su prestigio cunde allende las fronteras patrias. Y por qué no mencionar a Villamaría que reemplazó sus tradicionales fiestas de la Floricultura, por el poético Festival de las Flores.
Mis paisanos hablan ahora de la Fiesta de la cabuya y del paisaje cafetero. ¡Qué falta de imaginación! En esa decisión hay una humilde mentalidad copietas. La Unesco galardonó al Gran Caldas dándole ese calificativo, y como en Aranzazu no existe fantasía creadora, le echaron mano al mismo nombre en reverente servilismo, convertidos en humildes espoliques.
Filadelfia con el "Encuentro de Escritores Danilo Cruz Vélez", Riosucio con su "Encuentro de la Palabra", Aguadas con el "Festival de Pasillo", Pácora convirtiendo el Agua en personaje viviente, Salamina derramada en lirismos en torno del Aire, Samaná con "El festival de los Palenques", Anserma, en febril ebullición en torno de la "Casa de la Cultura Jaime Ramírez Rojas", Villamaría con su "Festival de las Flores", no proyectan pobres menudencias agrícolas. No rellenan la historia de costales. Con poetas, ensayistas, pintores, novelistas, juristas, bandolas, tiples y guitarras, han sabido colocar muy arriba el imperio del espíritu.
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