Cuenta la historia que un día un hombre viajaba por una selva abrupta, poblada por las fieras más feroces. Sabía ese hombre cuán duro y peligroso era su camino. Y no alcanzó a andar lejos cuando le salió al paso uno de los lobos más temibles y feroces.
Al ver que el lobo avanzaba hacia él, sintió gran pavor y buscó a diestra y siniestra dónde refugiarse. Vio, no lejos de él, en las márgenes de un río, una aldea hacia la cual se lanzó en veloz carrera.
Pero, al llegar al río no encontró un puente para atravesarlo. Pensó entonces:
-¿Cómo me pongo fuera del alcance del lobo siendo que el río es hondo y no sé nadar?
Después de unas vacilaciones, decidió tirarse al río, y ya en medio del caudal, debatiéndose entre la vida y la muerte, lo vieron unos aldeanos y mandaron quién lo salvara cuando estaba a punto de perecer, y así se salvó del lobo y del caudal implacable.
Prosiguió su camino, y más adelante, frente a una casa solitaria en las riberas de ese mismo río, dijo entre sí:
-Entro en esta casa y tomo un descanso.
Pero al penetrar se encontró frente a una pandilla de asaltantes que habían secuestrado a un rico mercader a quién se proponían matar después de repartirse su dinero.
Sintió entonces gran miedo y reanudó su marcha hacia la aldea, meta de su viaje. Una vez allí se recostó contra uno de sus muros para reponerse de cuantas angustias y fatigas había pasado, pero se le vino el muro encima y lo mató.
Tomado del libro, ‘Calila y Dimma’.
A la mayoría de los seres humanos les gusta buscar razones a situaciones que difícilmente las tienen. Ese es el caso de la muerte, suceso que origina diversas reacciones, más aún dependiendo de la forma como ésta suceda.
Por ello, la muerte ocurrida como fruto de una tragedia, es más dolorosa tanto en el proceso de comprender, como en el de aceptar, además del número de interrogantes que surgen y de las pocas respuestas que se tienen.
Es precisamente por todo lo anterior, que al duelo hay que verlo como un viaje a través del cual, se recorren varios caminos, que pueden comenzar con desasosiego, conmoción, confusión y negación.
Cada paso que se da en aras a transitar el sendero del dolor, necesita voluntad para afrontar y deseos de avanzar; sin embargo, no todos los días es ese el pensamiento. Cansancio, dudas, miedos, culpas, asuntos pendientes, rabia, soledad, vínculos afectivos, ilusiones, se cruzan con vehemencia y no hay manera de tomar atajos.
Los duelos por muerte tienen un significado especial, están unidos al ‘nunca jamás’ y esa sentencia tan drástica y dramática, acaba con cualquier vestigio de esperanza. De igual manera, la muerte lleva a los sobrevivientes no sólo a evaluar acerca de la vida, sino también a reflexionar sobre la manera cómo se ha vivido hasta el momento.
También es importante saber que esta dolorosa travesía a veces requiere apoyo para hacer el recorrido, así entonces, es necesario rodearse de seres queridos, leer textos que hablen de dichos temas, fortalecer redes de apoyo o buscar ayuda profesional.
Asimilar que la vida tiene un principio y un fin, no es un aprendizaje fácil de digerir, máxime cuando ese ‘fin’ en la mayoría de las ocasiones es tan doloroso e inesperado. Conlleva además a aprender a aceptar hechos que no se pueden cambiar, con finales que no se quieren, ni se han escogido vivir.
Y comienza un desfile de recuerdos, lo que antes era trivial, se torna trascendente, palabras, gestos, hábitos, actitudes, caricias, pasan como en una gran película con escenas que se quieren prolongar como doloroso bálsamo para paliar los momentos de dolor.
Cualquiera que sea el suceso, es necesario comprender que el dolor es algo íntimo y personal y así como es difícil describirlo, también lo es, explicar y dar respuestas a los innumerables: -¿por qués? que surgen luego de una muerte.
Tal vez cuando pasen unos días, las personas que se encuentran afrontando un duelo, cambien la pregunta del por qué y comiencen a preguntarse e inclusive a responderse: -¿para qué?
-¿Qué tal aprender a invertir más amor y respeto en la vida y en los vivos?
*Psicóloga
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