Así como el mar es una manifestación de gotas tomadas de la mano, los años son segundos acosando uno detrás del otro.
Después de cierta edad, los coleccionistas de años vamos detectando una serie de fenómenos que en los dorados tiempos juveniles nos eran extraños. Ejemplos:
Cuando echamos un piropo, en vez de una agradecida o cómplice sonrisa de reciprocidad, el sujeto se encuentra con esta reacción destemplada de la oposición femenina: "¡Viejo verde!".
Con la edad, repetimos la cantaleta de que quien no oye consejo no llega a viejo. Y damos consejos que en nuestra juventud jamás habríamos seguido.
Empezamos a acostarnos y a levantarnos con las gallinas. La pategallina se convierte en nuestro carné de identidad. Encima del labio se instala el código de barras, o arrugas que llaman.
La prominente barriga hace de nosotros hombres echados pa’delante. Empezamos a quedarnos sin amigos porque la gente suele tener la sana costumbre de morir, para decirlo con Borges.
Compramos pastillas para conservar la memoria… pero olvidamos tomárnoslas. Empezamos a parecernos a nuestro perro, como el viejo Salamano, el de El Extranjero, de Camus. El perro también empieza a parecerse a nosotros.
A cierta edad, ya no estamos tan seguros de que el cementerio es solo para los demás.
La próstata que antes nos parecía una presa prosaica que ni sabíamos dónde queda, empieza a interesarnos especialmente. La mimamos como a la primera novia.
Las posibilidades de tener cataratas del Niágara en nuestras vistas van siendo menos insólitas. No nos queda más remedio que definir la envidia como un pesar del cabello ajeno.
El individuo entrado en años no va a todas las fiestas. Las escoge, como una forma de aprender a ladrar sentado. Ya no hablamos. Contamos anécdotas. "Eso me hace recordar…".
A cierta edad, nadie confunde los triglicéridos con un policía acostado. El colesterol empieza a ser noticia de primera página en nuestras vidas.
En cualquier momento corremos el albur de ser declarados inofensivos sexualmente por nuestras "dulces enemigas". Cualquier alboroto de la libido que se detecte en un sitio que generalmente está localizado entre el ombligo y las rodillas, es celebrado con ruidoso alborozo.
Nuestro botiquín está todos los días mejor provisto porque donde menos se piensa salta la liebre de un achaque nuevo. Los parques nos despiertan una ternura especial con sus bancas a la medida de nuestros fatigados glúteos.
Pedimos el formulario para ingresar a la Asovicheydphp, Asociación de Viejitos Chéveres y de Pronto Hasta Prostáticos.
Sin incomodar militancias políticas, nos atropella la sospecha de que nos vamos volviendo goditos pacíficos.
Los coleccionistas de años empiezan a coincidir con Álvaro Gómez en que la gente se casa para tener con quien conversar. Tampoco queda otra alternativa que repetir: Si no me alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad.
El sueño, el único invento de la humanidad mejor que la mujer, empieza a retirarse a sus habitaciones de invierno.
Ante tantas abrumadoras evidencias, no hay más remedio que hacerse a la idea de que morir es un saludable cambio de traje.
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