Sin duda que el sofocante unanimismo político que vivió el país durante la última década y que contribuyó a forjar el expresidente Álvaro Uribe fue agitado con su lanzamiento de la Convergencia del Puro Centro Democrático como plataforma de oposición para recuperar el poder en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2014. De alguna manera, en esta ocasión introdujo un aliviador grado de pluralidad al debate nacional.
Pero la iniciativa no deja de ser una arriesgada apuesta para el uribismo, de tener serias dificultades para su éxito, además de reflejar las perennes debilidades de los partidos en Colombia y de la consecuente insostenibilidad de la amorfa Unidad Nacional.
Para comenzar, la llamada convergencia antes que aglutinar otros sectores políticos distintos a la derecha y la derecha radical va a estimular una confluencia natural entre los propósitos reeleccionistas del presidente Santos o de un candidato afín a este y la izquierda o los sectores de izquierda, por lo menos de cara a una segunda vuelta presidencial. La izquierda y en particular el Progresismo ven en esta coyuntura una oportunidad para articular y viabilizar su propia propuesta, la que por antonomasia está en las antípodas de la mencionada convergencia. En ese sentido, el riesgo de insularidad del uribismo es alto.
En segundo lugar, la plataforma no solo debe encontrar un candidato viable en medio de la escasez de sus opciones actuales, sino que tendrá pocas posibilidades de tomar distancia del controvertido y autoproclamado legado uribista. La gran mayoría de los hasta ahora candidatos mencionados por Uribe tienen pocas posibilidades de encarnar una aspiración viable. Otro de los riesgos del uribismo es repetir la experiencia de sus precandidaturas a la alcaldía de Bogotá el año pasado o terminar como el Partido Conservador, mencionando ciudadanos ilustres, pero sin votos o sin trabajo político, ardid que ya gradúa eternos precandidatos como la exministra Marta Lucía Ramírez.
Quizá el único de los nombrados aspirantes con posibilidades es el exministro Óscar Iván Zuluaga, no obstante, con no pocas falencias. Además de su todavía escaso conocimiento entre la opinión pública puede ser diciente el hecho de que los electores le hayan dado la espalda a su candidato en las últimas elecciones para la alcaldía en su natal Pensilvania, que sus candidatos hayan sido ininterrumpidamente derrotados para la gobernación de Caldas y con no pocos cuestionamientos a sus allegados en la malograda gestión de Aeropalestina o Aerocafé.
La dificultad o imposibilidad del futuro candidato de la convergencia de tomar distancia de las más controvertidas acciones del llamado legado de Uribe va necesariamente a dificultar su desempeño. Las violaciones a los derechos humanos pesaron tanto en Chile que llevaron a la Unión Demócrata Independiente a iniciar una estrategia de distanciamiento desde 1999 y a una aprobación con matices del gobierno de Pinochet, al igual que en Perú a Keiko Fujimori los escándalos de corrupción y las violaciones a los derechos humanos de su padre le granjearon los detractores de éste.
En la todavía muy temprana fase de la convergencia, ya comienzan a aflorar equívocos o contradicciones. Según el asesor del expresidente José Obdulio Gaviria, el candidato del uribismo debe ser humilde, debe entender que Uribe es la cabeza y eje del movimiento y quien oriente todas las tareas del gobierno, mientras que para el exministro Zuluaga eso no es correcto, pues la inspiración del Puro Centro Democrático es ser una coalición en la que hay un espacio político para diferentes centros y fuentes de pensamiento.
Aunque el lanzamiento de la convergencia uribista como plataforma de oposición le insufla cierta pluralidad al debate político nacional también arriesga diluir y precipitar el desgaste de quienes pretenden elevar unas realizaciones puntuales de gobierno al sitial de legado, y de paso acallar todos los escándalos e investigaciones originadas en el mismo. En ese propósito, no les importa sobredimensionar la percepción actual de inseguridad o exagerar supuestos logros en materia de inversión extranjera y crecimiento económico, así estos hubieran obedecido más a una bonanza de inversiones en Latinoamérica y en mercados emergentes antes que a bondades de la política económica del anterior gobierno.
La apuesta de Uribe es sin duda arriesgada, una apuesta del todo o nada, que parece depender para su viabilidad de la pérdida de gobernabilidad o del fracaso del actual mandatario. En otro escenario, es muy probable que la historia comience a otorgarle a Uribe su real dimensión.
Por lo pronto, lo que demuestra la irrupción de la convergencia opositora de Uribe es que a pesar de la reducción del número de partidos con la reforma política de 2003 estos continúan débiles, atendiendo a personalidades, sin la posibilidad de tramitar los conflictos internamente y evidenciando la paradoja de que dentro del propio partido de gobierno estén también los candidatos o precandidatos de la oposición. De paso, también revela el agotamiento de una Unidad Nacional abocada a contemporizar con todos los partidos. En la necesidad del gobierno de fijar posiciones más firmes y claras en los principales temas de la agenda política seguramente también deberá tomar posición respecto de funcionarios que son o se acomodan a la vez como gobierno y oposición.
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