Vi un programa en Señal Colombia sobre el lenguaje urbano de los bogotanos, que en muchos casos es el mismo de quienes habitamos la zona Andina, y lo disfruté porque aparte de la forma de hablar del vulgo se refiere a personajes típicos locales, costumbres y demás particularidades de los habitantes de la gran urbe. El gomelo y sus zalamerías, la gallada de gamines, los guías turísticos autodidactas de la plaza de Bolívar, el tan mentado lobo que viste con chaleco, pisa corbatas, vistoso anillo y zapatos mocasines blancos, y muchos otros personajes característicos.
Capítulo aparte para un sujeto que sin pertenecer a ninguna etnia aborigen ni tener características de indígena, el ciudadano de estratos altos lo llama despectivamente indio. Procede de cuna humilde y por sus rasgos de cundiboyacense es calificado de guache, igualado, apache, ñero, desechable y otros tantos apelativos, y además el cachaco lo trata con desprecio y ante cualquier desavenencia le dice "indio arrastrao". Cuenta mi amigo Diego Villegas que su papá era muy racista y que aunque de origen paisa, vivió muchos años en Bogotá y cada que se topaba con un sujeto como el descrito, comentaba:-Hombre, lo que no les perdono a los españoles es que hayan dejado tanto indio vivo.
El folclorismo nuestro alcanza su punto máximo cuando algún paisano logra un triunfo deportivo en el extranjero, por lo que la prensa especializada se derrama en prosa y en los noticieros entrevistan hasta al médico que atendió el parto del campeón de turno; vecinos, profesores, amigos de la infancia, la abuelita, el entrenador que lo inició en su disciplina deportiva, la primera novia, la cuadra donde creció, el aula de clases y cualquier cosa que tenga que ver con la figura, son válidos para hacer una nota insulsa y pendeja.
Hace poco un ciclista colombiano ganó una etapa en el famoso Giro de Italia y como era de esperarse, la noticia copó los titulares de los noticieros. Ricardo Orrego entrevistó a la mamá del pedalista, una mujercita humilde de Urrao, y en cierto momento le preguntó si había sentido más emoción cuando Rigoberto ganó la medalla olímpica o con el triunfo de la etapa ese día, a lo que la vieja respondió muy circunspecta: -Pues vea… yo soy muy realista y muy sincera… y la verdá verdá… ¡las dos!
Alguna vez me contó Jaime Gómez Jaramillo que cuando estaban pequeños y temperaban en la finca familiar, el cura del pueblo se aparecía todos los días a hora de almuerzo con alguna disculpa para poner la canoa. Fue hasta que se pusieron de acuerdo en que eso no podía seguir así, por lo que resolvieron aguantarse el hambre y no servir hasta que el cura se despidiera. Llegó muy cumplido al otro día el imprudente visitante y a pesar de que pasaba el tiempo nada que se largaba, hasta que una de las tías no se aguantó, prendió un cigarrillo, se lo entregó al curita y le dijo: -Tenga padre, para que se lo fume en el camino...
Durante muchos años hice radio y televisión regionales, y al momento de planear entrevistas siempre fui amigo de aprovechar la sapiencia y experiencia de los viejos. El problema está en que es común que las personas de mucha edad sean duras del oído y se les vaya la paloma en medio de la entrevista, lo que dificulta el curso de la charla; sobre todo en televisión, porque el entrevistador tiene un micrófono en la solapa y al subir la voz para que el otro le oiga, el sonido se aumenta en forma exagerada y eso molesta al televidente. También ocurre que los ancianos se van por las ramas y es difícil centrarlos en la cuestión que se trata.
Unas amigas huilenses me relataron un caso bien curioso relacionado con el tema. Una de ellas, María Alejandra Méndez, quien representó hace años al Huila en el concurso de Cartagena, durante el tiempo de su reinado fue contactada por Pedro Montoya, actor que caracterizó a Bolívar en la pantalla chica, para que le colaborara con unos programas de televisión que realizaba con personajes representativos de la tierra opita. Ella en primer lugar lo llevó a Suaza, en el valle del río del mismo nombre, la región de sus ancestros y donde vivió gratos momentos durante su niñez.
En el pueblo les recomendaron a un viejito de 106 años, de nombre Natividad Galindo, quien se caracterizaba por sus anécdotas e historias de la región. El entrevistador indagó acerca de la lucidez del personaje y su condición física, y le aseguraron que estaba enterito, que parecía un quinceañero, en sus cabales y lleno de vida, por lo que se confió y de una vez lo acondicionaron para iniciar la grabación. El señor Montoya abrió la charla con una semblanza del personaje y lo invitó a que compartiera con los televidentes el secreto para llegar a una edad tan avanzada, que empezara hablándoles acerca de su alimentación. El viejito, aparte de turulato, estaba muy asustado y no entendía la pregunta, por lo que debió repetírsela varias veces y bien duro, hasta que por fin captó que se trataba de sus comidas preferidas. Entonces respondió muy convencido: -De las frutas… el tamal… Y de las aves de corral… el marrano.
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