El pasado 3 de octubre conmemoraron en Alemania 25 años de la reunificación. Ese miércoles de 1990, el canciller de la República Federal, Helmut Kohl, y el presidente de la República Democrática, Lothar de Maizière, anunciaron que Alemania volvía a ser una, lo cual vino a ser uno de los hitos de la caída del comunismo soviético, cuyo resquebrajamiento comenzó once meses atrás con el derribamiento del Muro de Berlín.
Fui testigo privilegiado de la fiesta callejera que se llevó a cabo el domingo siguiente en torno de la emblemática Puerta de Brandenburgo, como uno de los siete periodistas colombianos que la Embajada alemana en Bogotá invitó al acontecimiento. Los otros fueron: Sonia Gómez, de El Colombiano; Alfonso López Caballero, de Semana; Antonio José Caballero, de RCN; Sara Fajardo y José Blackburn, de Caracol, y José Colmenares, de La Opinión de Cúcuta.
Ese soleado día de otoño los berlineses se congregaron en el lugar que fue símbolo de la división del país, cuando se lo repartieron los aliados al finalizar la guerra mundial en 1945. Aunque el monumento se hallaba en reparación y no tenía su famosa cuadriga, en los alrededores se aglomeraba la gente a curiosear las ventas de trozos del muro y de quepis, boinas, astracanes, emblemas, escudos y condecoraciones del ya desaparecido ejército soviético-germano. También a disfrutar de un espacio que durante 30 años estuvo prohibido y darse el placer de caminar del Charlottenbourg occidental a la avenida Unter den Linden oriental.
Se podía recorrer también la otrora ominosa tierra de nadie hasta llegar al montículo de arena que señalaba que debajo quedó el búnker de Hitler. Además, visitar el único tramo de muro que se conservó como museo. Y, lo más emocionante, ir al sector oriental, donde hasta la consistencia del pavimento era distinta, los edificios tristes y desconchados, y la gente aún tenía carritos Trabant de carrocería de fibra de cartón que entregaba el Estado socialista a los ciudadanos, quienes debían esperar hasta 14 años para recibirlos.
Disfrutaban de una libertad desconocida. Se emocionaban al ver foráneos en sus calles y les encantaba conversar. Los colombianos lo hicimos, sentados en una acera, con una familia que desde un Traby rojo hizo señas de parar para ofrecernos pan. Venían de una reunión política con cestos del no consumido en ella.
Nos contaron cómo era la vida en una sociedad controlada y cuánta incertidumbre tenían con los cambios, en un ambiente de camaradería que la barrera del idioma no impidió. Como no llevábamos encima recuerdos de Colombia, les dejamos billetes de $200, hoy desaparecidos, que ellos recibieron con una sonrisa, a pesar de saber que no les servirían de nada.
También nos reunimos con funcionarios y dirigentes políticos de uno y otro sector, para conocer las expectativas y los proyectos para insertar una sociedad socialista en un engranaje capitalista. Todo ello nos dio idea cercana de la magnitud social, económica y política del paso que se dio, el cual repercutió en todo el mundo.
Regresé a Berlín once años después y quise recorrer los mismos lugares de 1990, pero fue imposible reconocerlos, excepto, claro está, la brandenburguesa puerta y el Museo del Muro. La antigua tierra de nadie se había convertido en el suelo más costoso de Europa y las multinacionales levantaron opulentos edificios allí. Las diferencias entre este y oeste se habían borrado y en el viejo sector soviético había lujosos hoteles.
A la vez, muchos temores intuidos con la Reunificación se hacían realidad: si en lo físico las dos Alemanias ya casi parecían una, en lo social la brecha continuaba abierta. Los alemanes del oeste sentían que debían pagar más impuestos para que los alemanes del este, a quienes consideraban perezosos, pudieran equipararse en nivel de vida y aprendieran a moverse en libertad.
Si bien la gente decía, con algún resentimiento, sentirse ahogada con las cargas impositivas, nadie metía palos en las ruedas de ese carro. Todos tenían claro que Alemania es una sola y si habían sido capaces de recuperarse en diez años de la devastación de los bombardeos aliados y del estigma del nazismo, serían capaces de hacer el milagro de mantener su país como una de las potencias mundiales que es.
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