La ministra de Educación lo sentenció muy alegre, por fin la educación está en el primer orden de la agenda nacional. Lo cual es muy importante. Necesitamos que todos nos pongamos a diseñar la educación que queremos para las próximas generaciones. Y que lo hagamos primero que todo con gran generosidad, destinándole los recursos que se merece y requiere. Con una mirada integral de las personas, y no reduciéndolas a un futuro factor de producción. Pensando que la formación humana debe estar por encima de las competencias concretas, pero sabiendo que es necesario afinar fuertemente el andamiaje pedagógico para que tenga un impacto positivo en la productividad nacional frente al resto de naciones.
Uno de los mayores dinamizadores de la preocupación por el estado de nuestra educación fueron los resultados de las pruebas Pisa, que nos ubicaron en el último puesto de los países donde se hicieron las mediciones. Fue un campanazo duro, seco y contundente. Dejó ver que los esfuerzos por ampliar la cobertura de la educación en los últimos 20 años no fueron acompañados de procesos de aseguramiento de la calidad. Nuestra calidad educativa, tanto en la educación pública como privada, es pobre si se compara con países de igual o mayor desarrollo. Chile, que es un ejemplo cercano así lo demuestra.
Muchas son las causas de esos pobres resultados. Hay una que es crítica: la calidad de los docentes. La situación de Colombia en este tema es bien compleja. La profesión docente, que en el pasado llamábamos vocación docente, es de las últimas opciones para los estudiantes universitarios; es poco valorada en el medio social y en los niveles salariales es muy modesta, por no decir inequitativa. La profesión no está jalonando a los mejores.
Ahora la cruzada de la ministra es atraer a la docencia a los mejores, como ocurre en otros países, ya hasta Ecuador tiene en marcha un ambicioso plan. "El Gobierno quiere atraer al mejor capital humano para que forme a las generaciones del futuro", afirmó la ministra. Y este objetivo que ha lanzado debe ser secundado por el sector privado, por los colegios y los sindicatos de maestros. Y ello tendrá que pasar no solamente por facilitar créditos y ayudas para el bolsillo de los estudiantes, sino por dignificar y resignificar la profesión docente. Hay que dignificarla valorándola profundamente, tanto materialmente como funcionalmente; y hay que resignificarla en nuestro contexto social, si se quiere en el reconocimiento por parte de todos los agentes sociales.
En efecto, ser maestro no es algo que se logre de la noche a la mañana ni se gane con maestrías y doctorados, sino que se obtiene en la experiencia de entrega en el proceso de enseñanza-aprendizaje, es algo que podríamos llamar de "kilometraje compartido", gente que se entregue generosamente y con mucha vitalidad a los estudiantes. Y es en esa entrega que uno se cocina como maestro. Obvio, no sobran los estudios formales de posgrado. Pero no hay que absolutizarlos. Hay que jugarle a acompañar a los maestros en sus actividades diarias de aula, a brindarles herramientas, y a valorarlos enormemente en su entrega. Y a pagarles bien, en nuestro modelo económico y social, muchas cosas pasan por la billetera y la nómina. No podemos esperar atraer a los mejores con cantos de sirena.
Aprovechemos esta conciencia nacional sobre la importancia de refundar nuestra educación.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015