Mucho se ha especulado sobre el Aeropuerto del Café. Los más optimistas aseguran que lo verán sus nietos, si acaso; los otros, a pesar de no creer en la reencarnación, dicen sin titubear que se necesitarán mínimo tres; pero ninguno visualiza el hecho de que en cuatro años estaremos yendo a Palestina para tomar un avión y comprobar por el altavoz de la terminal de pasajeros, que el título de este escrito es una realidad.
Hay quienes responsabilizan a Gustavo Robledo Isaza de habernos montado en semejante embeleco y nosotros eufóricos le comimos cuento; otros más osados dicen que se debe trasladar el casco urbano de Palestina para construir un aeropuerto de verdad, que se robaron la plata o se la van a robar, que no sabemos pensar en grande, que una pista del tamaño de La Nubia es un sinsentido propio de una idiosincrasia pichicata y conservadora; hay incluso los aguafiestas que aseguran que como estamos, estamos bien, pero pocos reconocen el potencial que encierra un proyecto que está a punto del despegue, y casi ninguno, por supuesto, ha mostrado interés por hacer de esta obra una empresa común, que estimule el civismo y motive el desarrollo.
El proyecto ha sido objeto de todas las vicisitudes: desde una inicial e ineficiente planeación pasando por los recíprocos celos regionales y de periodistas o funcionarios con poder que les hacen eco, la voracidad de ciertos contratistas leguleyos poco profesionales, afanosos de alcanzar la meta de llenar sus arcas en el menor tiempo posible, hasta la apatía o el menosprecio de gran parte de los manizaleños que han visto en él una oportunidad para hablar mal, buscando satisfacer esa personalidad suicida que tanto daño nos ha causado, y que puede seguir haciéndolo en el futuro si no emprendemos la tarea urgente de una reeducación colectiva.
En los documentos de viabilidad técnica del Aeropuerto del Café emitidos el pasado 20 de junio por la Aeronáutica Civil, se reconocen las altas calidades y especificaciones del proyecto, la adecuada mitigación de impactos negativos como el ruido y se ponderan las condiciones meteorológicas del lugar elegido para su implantación, las cuales le permitirán operar el 96% del tiempo, versus el 50% que registran las estadísticas de La Nubia.
Tomar un vuelo a las ocho de la mañana a Bogotá o Medellín y regresar a las diez de la noche, es una de las posibilidades que ofrece el Aeropuerto, es decir, que la oferta del Aeropuerto del Café cualifica la movilidad al punto de que podemos adelantar gestiones en otras ciudades del país y regresar al final de la jornada, sin depender de la inestabilidad de las condiciones atmosféricas que mantienen a Manizales en un callejón sin salida, y que muchas veces nos han obligado a llegar al aeropuerto de Matecaña en Pereira, para emprender desconsolados a la media noche un incómodo viaje de regreso.
El visto bueno de la aeronáutica cobija las dos primeras etapas de las tres en que se ha concebido el Aeropuerto, pensado en grande como reclaman algunos, solo que construir desde ahora la segunda etapa (pista de 2.600 metros de longitud) exigiría un aporte del erario público que va más allá del billón de pesos, (1,1 para ser exactos), cifra bastante utópica en una región que no cuenta con estos recursos y que, en las circunstancias actuales, sería imposible lograr que las arcas del Estado, única fuente de financiación a la vista, sufragaran toda la inversión.
El proyecto adoptado, acude sencillamente a un principio de realidad sin el cual materializarlo sería imposible. Estructurado en dos etapas: una primera con una longitud de pista de 1.460 metros, plenamente diseñada y una ampliación que le permitirá alcanzar los 2.600 metros de longitud de pista, una propuesta responsable a escala de una región que necesita con urgencia vincularse por avión al resto del mundo.
Para operar la primera etapa del Aeropuerto del Café se cuenta con todos los estudios y diseños, tanto los requeridos para la operación aeronáutica, como los de las obras civiles que le sirven de soporte. También están disponibles, y con el visto bueno de la Aeronáutica Civil, los Estudios y Diseños para extender la pista a 2.600 metros de longitud de tal manera que cuando las condiciones de demanda así lo exijan podamos emprender su construcción quedando capacitados para recibir aviones tipo Airbus, A320, de 150 pasajeros, a costos razonables y sin ningún traumatismo o suspensión de la operación aérea.
Los cimientos de una ciudad moderna emprendidos por los manizaleños de antaño, que construyeron las obras emblemáticas que hoy son nuestro mayor orgullo, incluido el Aeropuerto de Santágueda, por supuesto, se hicieron gracias a una historia indiscutible de civismo y a la creación de situaciones como las que confirma un alto funcionario de la Asociación Aeropuerto del Café, una vez estudió el documento de la Aeronáutica Civil donde se le da el visto bueno al proyecto: "…hoy nos podemos jactar de que hemos logrado la plena viabilidad técnica del Aeropuerto del Café para las dos etapas en que se ha previsto su construcción…" .
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