Hoy me gustaría escribir sobre temas de interés para la opinión pública, hablar del apoyo de Juan Manuel Santos a la iniciativa del uso de la marihuana con fines terapéuticos, o si Sandra Morelli es la víctima o la villana de la historia, o algún dedo, digo, tema así candente que hurgue en las diversas opiniones de los lectores, pero no dedo, perdón, puedo. Ayer me quebré el dedo gordo del pie y desde ese nefasto instante en que tropezó con el peldaño de la escalera no he podido pensar en otro dedo. Es como si toda la energía de mi cuerpo se concentrara en ese extremo pequeñito y allí empezara a bombear un dolor que llega hasta mi pelo. Y es solo un dedo, un simple dedo maldita sea, cómo es que puede doler tanto.
Y preciso ahora, cuando planeaba escribir sobre temas serios y no acerca de cosas personales, después de las críticas recibidas porque mi columna de hace ocho días (Manizales si me amaras) molestó a algunos lectores que consideran que mis sentimientos no tienen nada que ver con la opinión pública ¡Y tienen toda la razón! Nada que ver, absolutamente nada. No pretendo en mis escritos crear opinión pública, ni serla. Escribo lo que me sale del alma, solo soy capaz de escribir lo que me pasa, lo que vivo, lo que veo y lo que siento. Me declaro incapacitada para otros temas de interés general, y no voy a mover un dedo para cambiarlo. Y menos el gordo. Ni riesgos. A los lectores que buscan temas serios les recomiendo pasarse a otra columna, que hoy lunes hay para escoger aquí.
A los que se quedaron, les agradezco, y les cuento que aún a pesar del dolor tan… (Papi te prometí no escribir groserías pero ¿qué otra palabra puedo usar?) a pesar del dolor, así no más, no fui a urgencias. Ni muerta. Hace unos días cometí el error de ir gracias a una fiebre alta, y no soy tan bruta como para volver, solo por instinto de conservación. En el momento en que sentí el chasquido del dedo como un golpe seco en el corazón, lo primero que pensé fue en ese infierno de lugar y ni grité, apenas se me escapó la palabra que mi papá me tiene prohibida, y eso que para adentro, para que a nadie se le ocurriera llevarme a unas urgencias con mi carné de la EPS. También a pesar del dolor, me acordé que solo pagando un paciente que no tiene medicina prepagada puede sobrevivir al sistema de salud de nuestro país, y de una me hice llevar a tomar una radiografía, que me entregaron en 10 minutos. Si hubiera ido a urgencias ahí estaría en este momento preparándome para la toma de rayos X.
Y eso que antes de ir al laboratorio alcancé a pensar en el cuadro, no el clínico, sino uno de Excel que hace un par de meses resolví hacer para llevar mis cuentas, pero en segundos decidí mandarlo a la… ay papi, al demonio para siempre, y dispuesta a pagar lo que fuera me fui sin importarme un bledo el dedo en rojo, digo, el saldo. Me costó $40.000 y me ahorré unas 24 horas de espera y otras 24 para hacerme la radiografía y unas ocho más hasta que me dijeran que estaba quebrada y me dieran Naproxeno para el dolor, que es lo que siempre mandan. Así que me lo auto receté y alquilé unas muletas. De aquí para adelante, si es que logro avanzar, todo saldrá de mi bolsillo, lo que sea, cualquier cosa a cualquier precio antes de volver al infierno.
Y aquí estoy, autoincapacitada, no solo para la opinión pública, sino también para moverme. No puedo ni pensar. Recién me tomo el Naproxeno alcanzo a razonar un poco y me pregunto qué más será lo que quiere reformarle a la salud el senador Uribe a quien ya le debemos la Ley 100, aunque él pensará que ya untado el dedo, untada toda la mano. Los raticos que logro dormir alucino entre sueños que como parte del tratamiento para mi dolor de cuerpo, o de dedo -que ya no sé si son lo mismo- me recetan una droga natural como una medida práctica y compasiva para reducir el dolor y la ansiedad y me mandan a dormir un sueño delicioso en el que nunca existió el sufrimiento; cuando se me pasa el efecto me entra la angustia porque se va a acabar y no alcanzan a darle ni un plon de marihuana a la salud de Colombia, que está tan enferma.
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