Que a ti te inviten a trabajar para ganar tierras, casas, amigos, bienestar, riquezas, resulta algo normal porque así es el pensamiento general de las personas. Resulta contrario a la “lógica humana” invitarte a entregar tus esfuerzos, tus fatigas, tus preocupaciones, dejando “casa, hermanos o hermanas, madre, padre, hijos, tierras…”.
Hay una sabiduría escondida detrás de estas palabras, aquella que es “más preciosa que todo el oro de la tierra; la que se llega a desear más que la salud y la belleza; la que es preferible a la luz del día, porque su brillo no se apaga”. Es tan grande y bella esta sabiduría que al tenerla en el primer lugar de nuestra vida de ella se desprenden “todos los bienes y las riquezas inagotables”.
Esta Sabiduría es Jesucristo mismo. Tenerlo dentro de nosotros significa alcanzar la vida. Es por esto por lo que Él dice: “Si alguien deja casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos, o tierras, por amor a mí y por el Evangelio, recibirá ahora en esta vida cien veces más en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, tierras”. “Dejar”, puede traducirse como “posponer”. Esto puede significar que, teniendo como primero el Amor de Dios manifestado en Jesucristo dentro de nosotros, podremos amar verdaderamente a papá, a mamá o a los hermanos; adquiriremos el sentido real y verdadero de los bienes, es decir, de las cosas y del dinero. Sin esta Sabiduría que viene del conocimiento de la persona de Jesús, nos volveremos fácilmente esclavos de los bienes, de las cosas o de las personas y, por consiguiente, perderemos la vida y no podremos ser felices. Habitualmente colocamos nuestra confianza y nuestra seguridad en aquello que no puede darnos la vida: en nosotros mismos, y en todo lo que físicamente creemos que puede darnos tranquilidad y placer. Este es el rico del Evangelio, el que no pone su confianza en Dios sino en sus propias fuerzas; ¡Qué difícil será para un rico entrar en el Reino de Dios! Porque no podrá mirar al otro, compartir lo que posee, darse él mismo para hacer que otro tenga la vida. Mejor dicho, no es posible que pueda Amar.
Jesús, ante la pregunta del hombre rico: “¿Qué he de hacer para ser feliz?, le responde: “Sólo te falta una cosa: vete a vender todo lo que tienes y dale el dinero a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme”. Desprenderse de todo para darle el lugar al Amor único que da la vida: poner la otra mejilla; orar por el que te pone pleito; hacer el bien a quien te hace el mal; bendecir a quien te maldice. Ahí está la clave, el secreto de la vida y la felicidad.
Hay una nota característica en esta sentencia de Jesús: “Recibirá el ciento por uno, pero también persecuciones”. Es importante esto, porque quien decide vivir el Evangelio, debe prepararse para vivir contrariedades de las personas que tiene al lado y muchas veces de las más cercanas, porque no podrán comprender que tú hagas el bien a quien te ha hecho el mal, que puedas perdonar a quien varias veces te ha ofendido. Te conviertes en “piedrita en el zapato” y la mayoría de las veces querrán hacerte desaparecer y quitar de en medio porque tu presencia causa incomodidad. Así vive quien opta por la verdad.
Vivir el Reino de Dios es vivir en la verdad. Y, vivir así, tiene como consecuencia la felicidad ahora y en los días que vienen. Cuando llegue el momento de partir a las manos del Padre, caeremos en la cuenta de que nuestra vida toda fue feliz y que no hay nada de qué arrepentirse. Has logrado el mayor éxito en tu existencia, la única finalidad de tu vida.
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