Dos madres pierden en un accidente sus hijos, ambos de 10 años de edad. Una de ellas siente acabarse su vida, ya no desea nada, le quedan dos hijos mayores y un esposo, pero ella no desea vivir, dice frecuentemente: ¡yo quiero enterrarme con él!
La otra madre, sufriendo la misma pena, ha llorado y experimentado el dolor más grande de su vida, sólo que en su rostro se refleja paz y confianza; ella dice con insistencia: ¡Dios me lo ha prestado 10 años, ahora tengo un angelito en el cielo! ¿Cuál es la diferencia entre las dos madres? La primera aún no conoce a Dios; la segunda lo ha experimentado, sabe que está allí en los momentos más difíciles de su existencia y su paz y confianza vienen de la fe.
Lo mismo podría decirse cuando se cae la casa, se pierde el dinero del banco, llega una enfermedad, no se consigue el título deseado, el negocio no tuvo éxito, un hijo comenzó el camino de las drogas o entró en dificultad el matrimonio. La fe sostiene, da fuerza y valentía para enfrentar la adversidad, da coraje para seguir adelante. La fe es un don del Señor, un regalo, dado en el momento del Bautismo como germen y destinado a crecer y madurar. El que llega a tener la fe adulta, es capaz de discernir habitualmente dónde está el bien y dónde está el mal. Porque sin discernimiento, vemos el bien donde está el mal y el mal donde está el bien.
A veces un padre de familia piensa que su hijo no puede sufrir y le concede todo lo que pide, creyendo que hace bien, pero en realidad hace mal ya que cuando llegue el sufrimiento a su hijo, éste, no podrá enfrentarlo y termina en muchos casos quitándose la vida.
La palabra de Dios es como un faro que ilumina toda la existencia. Hoy nos presenta a Jesús con una mujer cananea, conocida también como la “sirofenicia”. En la Sagrada Escritura se denomina “perros” a los extranjeros. Ella no conoce a Dios todavía, no sabe quién es, no es judía. Sin embargo, se acerca a Jesús para suplicarle que le cure a su hija enferma. Según el Antiguo Testamento, Canaán era el país pagano. La actitud de la mujer es sorprendente: hace una oración de petición que arranca de una fe profunda en que Dios, en este caso Jesús, puede hacer lo que se le pide y de una confianza ilimitada en que lo hará. La fe es el distintivo esencial del bautizado. Una fe que recibe lo que quiere, porque lo que quiere es la voluntad de Dios. La lucha que esta mujer mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, y no obstante su expresión: “no está bien echar a los perros el pan de los hijos”, resulta un modelo: “pedid… buscad… llamad...”, esto es lo que define sustancialmente al hombre. De ahí la necesidad de ‘luchar’ con Dios en el terreno de una oración perseverante, del mismo modo como Jacob lucha con el ángel toda una noche hasta obtener la bendición: “la oración es lo único que vence a Dios” (Cfr. Gn 32, 23ss).
La cananea obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en esta actitud de esencial pobreza. Ante ella aparece la Palabra de Dios: “Recibiréis… hallaréis… se os abrirá” (Mt 7,7). Tres aspectos que definen a Dios. Igual que la actitud del centurión romano, saca de labios de Jesús estas palabras: “No he hallado fe tan grande en Israel”, la cananea obtiene la admiración del Maestro: “Mujer qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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