Isaías 55, 1-3; Salmo 145 (144); Romanos 8,35.37-39; Mateo 14, 13-21
Rubén Darío García Ramírez, Pbro.*
LA PATRIA | MANIZALES
Cuando quieres festejar algo muy importante en tu vida piensas en hacer fiesta y ésta, viene acompañada por lo general de un banquete. Comer juntos algo sabroso, preparado con gusto, significa que para ti es algo maravilloso lo que acaba de acontecer. Así en la celebración de tus 15 años, en tu matrimonio, en tu grado, en tu ascenso de cargo en el trabajo, en la superación de una enfermedad, en el nacimiento de tu primer hijo, eres feliz al ver que todos disfrutan y ninguno de los invitados tiene que pagar, únicamente disfrutar bebiendo, comiendo, bailando.
El banquete en la Biblia es una imagen del amor de Dios. Así en los momentos más importantes de la historia las relaciones humano-divinas se rubricaron con un banquete y un sacrificio. Tales fueron la salida de Egipto, la Alianza del Sinaí y como culmen de todos la nueva alianza, sellada por Jesús en la última cena cuando llegó la hora de liberar plenamente al ser humano de todas sus esclavitudes o dominio de la “muerte”, pagando toda nuestra deuda e instituyendo así la Eucaristía, con la cual anuncia desde ahora, el gran banquete que se realizará con su segunda venida: la parusía.
Llama muchísimo la atención que la participación en el banquete de Dios se da de modo absolutamente gratuito. Existe sólo una condición para poder obtener la boleta de entrada: tener sed, experimentar la necesidad de Él, “querer” y por lo mismo colocar la confianza únicamente en su amor, en su presencia, no en mí, en mis fuerzas, en mis posibilidades, en mi dinero, en mi seguridad humana. Si notas en la Palabra de hoy se dice: “oíd sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde”. ¿De qué sed se trata? ¿Dónde puedes tú comer sin pagar? El trigo, el vino y la leche significan lo fundamental, lo necesario para vivir; pero, ¿de qué vida habla esta Palabra?
Se trata de la sed de la vida, es decir, de la verdadera felicidad, de la plenitud, de la vida eterna, de la vida en Dios: “Si conocieras el don de Dios —le dice Jesús a la mujer samaritana— y quién es el que te pide de beber le pedirías tú a Él y Él te daría el agua viva”. La mujer tiene necesidad de sentirse amada verdaderamente y busca este amor en falsos afectos que la usan y la manipulan; únicamente el amor de Dios puede darle de nuevo el sentido de la vida: Jesús es la vida.
El banquete del Reino es abundancia, no es precariedad y se entra en Él escuchando la Palabra: “escuchad atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos… escuchadme y viviréis”. Tanta gente “escuchaba” la predicación de Jesús hasta sentir hambre. No hay pan para tantas personas y Jesús dice a sus discípulos “dadles vosotros de comer”. Los discípulos se asustan: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Fíjate bien, lo único que tienen lo colocan en las manos del Maestro y Él después de pronunciar la bendición repartió y comieron todos hasta quedar satisfechos recogiendo luego doce cestos llenos de sobras. Ahora puedes comprender mejor: todo fue puesto en manos de Jesús y todo se multiplicó. ¿Qué tal que dejes de darle migajas de tu vida a Dios y le des todo lo que tú eres? ¿Qué sucedería? ¿No sería colmada toda tu vida de felicidad en abundancia y por lo mismo se calmaría toda tu sed? Se entiende entonces la pregunta del profeta Isaías en esta día: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? O mejor dicho: ¿por qué pasas la vida sin vivirla?
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015