Desde la playa habanera, salpicado por las cálidas aguas del mar caribe, este jefe guerrillero, sentado en una silla mecedora estilo costeño, meditaba tranquilo y repasaba mentalmente los cuatro años de un duro batallar para darle a los suyos un buen paso, de una sangrienta guerra incierta, a la batalla sin armas de una vida urbana que por bucólica que parezca, también tiene su crueldad.
Los comandantes con él incluido en primer lugar, con un acuerdo de paz ya firmado por el presidente de la República, es lógico que imaginen las puertas abiertas de la burocracia política y hasta las de la presidencia de la república. Todos con los pecados mortales y aún los veniales, totalmente perdonados.
Su satisfacción era grande. Lo logrado no tenía rival hasta ahora, en el mundo conocido. Con inmunidad generalizada, y varios años de sus vidas financiadas por el erario público, valió la pena el desgaste de los cuatro años de duras discusiones.
Pero de Bogotá llegaron noticias diciendo que el plebiscito, acordado para medir la aceptación o rechazo de los colombianos sobre lo ocurrido en la mesa negociadora, fue negativa. Es decir hasta ahí llegó la alegría y todos los cuatro años de lucha prometedora, al vacío.
Sin embargo su preocupación no se perturbó mucho, porque tenía en sus manos un acuerdo firmado por el presidente, que haría valer por encima de todas las cosas.
El golpe fue más bien para el presidente. Este fracaso creaba un desconcierto que sumado a la baja opinión de la gestión presidencial, se convertía en un caos. Al presidente nunca le pasó por la cabeza que el Sí perdiera y ganara el No. Estaba convencido que la inmensa publicidad y toda la poderosa maquinaria del Estado en pro del Sí, barrería con sus contendores. Por eso nunca pensó en un plan B. Decía que si esa desgracia se presentara, las conversaciones se terminarían y los guerrilleros regresarían al monte e invadirían las ciudades, para destruirlas a punta de bala. Una amenaza inaceptable.
En medio de la confusión el expresidente Uribe con el triunfo del No, dueño de las mayorías nacionales, generosamente pidió audiencia a Santos para ofrecerle colaboración, asegurándole que Timonchenko renegociaría y así su trabajo de cuatro años no se perdería.
El presidente un poco animado aceptó la sugerencia de Uribe, para trabajar por una posición nacional, recogiendo todas las críticas expresadas en el No en un documento, junto con otros intérpretes del pueblo, como los del expresidente Pastrana y Marta Lucía Ramírez, no pertenecientes al Centro Democrático. Pero sí comprometidos con el No, para que los negociadores oficiales los clasificaran y fueran donde Timochenko a solicitarle su venia. Una venia para las modificaciones del pacto firmado y que pudieran llegar hasta la necesidad de otro plebiscito.
Es decir la paz en manos del jefe guerrillero y del expresidente Uribe. Se recuerda la frase de uno o de varios miembros de las Farc en días pasados, que era necesario la vinculación de Uribe al proceso para lograr un fin exitoso.
Menudo problema en el que está el presidente Santos ahora en medio de dos jefes, cada cual más fuerte. Álvaro Uribe dueño y señor de las mayorías colombianas y el jefe guerrillero igualmente dueño de las tropas de las Farc.
Después de cuatro años de discusiones el presidente había firmado en La Habana el acuerdo final, declarado por Santos como la llegada de la paz anhelada. Así lo pregonó al mundo entero. Quiso, como lo había prometido, que mediante un referendo el pueblo por mayoría lo convirtiera en una ley especial. Para ello requería que la corte constitucional lo aprobara mediante un plebiscito. Ganar este plebiscito era de vida o muerte y para ello, puso en marcha la mayor publicidad que se haya conocido. Todo contra una minoría sin recursos, solo con el nombre de Álvaro Uribe, principal opositor de los excesos entregados a la guerrilla.
Contra todo lo concebido ganó la oposición, es decir la mayoría de las gentes colombianas rechazaban este acuerdo firmado en La Habana. El golpe más duro que el presidente haya sufrido en su vida. Un oso ante el mundo.
Juan Manuel Santos un presidente con el sol a la espalda y abatido en las urnas recientes, no tuvo otra alternativa que aceptar estas propuestas y presentárselas a Timonchenko hoy impertérrito, ganador indiscutible.
Quien tiene en sus manos la paz de Colombia ya sea que acepte o no modificaciones al acuerdo actual para otro plebiscito, mecanismo poco aceptable para las Farc. Las peregrinaciones hacia la venia de Timochenko están en marcha.
Al presidente se le vino el mundo encima. Ojalá el cielo y su condición de Nobel le mitigaran estos difíciles momentos.
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