Querían el poder y lo obtuvieron. Lucharon soterradamente para conseguirlo acudiendo a las más perversas prácticas politiqueras, y a las más reprobables intrigas y se salieron con la suya. Y con los ojos puestos en el objetivo concreto del poder, dejaron en el camino seres humanos lesionados, familias destruidas, instituciones arrasadas y proyectos satanizados. Me refiero a la Corporación Cívica de Caldas que hoy ostenta el poder desde la Gobernación del Departamento y se está encontrando con una realidad que nunca se imaginó.
¡Qué fácil es destruir sin pruebas, censurar sin evidencias, criticar sin argumentos, vapulear sin escrúpulos y deshonrar fraccionando la verdad! ¡Qué fácil es posar de adalid de la moral cuando se cuenta, para sus propias fechorías, con la protección fincada en el silencio de los buenos y en la cobardía de los oprimidos! ¡Qué fácil es buscar beneficios personales amparados en el poder usurpado y en la castración de sus rivales! ¡Pero qué difícil es asumir la responsabilidad cuando se está del otro lado de la balanza y los ojos de la sociedad se posan -¡por fin!- en sus actuaciones, aunque se sientan inescrutables y rodeados de perfección!
Por eso es triste y casi abominable encontrar que unas de las motivaciones del gerente saliente de la ILC para dimitir y abandonar el barco que él mismo llevó al naufragio, sean las de tener que "atender al cotarro mediático, el proceso valioso de las entidades de control y los llamamientos y requerimientos válidos de la Asamblea"; o que no lo pueden medir por "cuántos periodistas atendí o a cuántas "ías" les entregué información"; o endilgarles responsabilidades a los medios "porque con una chiva entierran la empresa". ¿Acaso todos los gerentes de la ILC y, en general, los empleados públicos no tienen la obligación permanente de atender a los medios de comunicación, de responder ante las entidades de control y de someterse al control político constitucional? ¿Bruno es entonces el único, el primero y el mártir? ¿Ahora son los medios de comunicación los culpables de la debacle y los sepultureros de la ILC? ¡Qué osadía!
Pero el caso de la ILC es solo el primer fracaso público del gobierno directo de la CCC. Detrás tenemos el adormecimiento que linda con la parálisis en Inficaldas; la transparencia de la Secretaría de Desarrollo Económico (y no por la honestidad, sino por que no se ve por ningún lado); las gravísimas dificultades en Empocaldas, con excelentes resultados económicos el año pasado, pero sometida a las decisiones soberbias y dictatoriales del gobierno departamental, y en un limbo que la pone en riesgo inminente; la activa participación de sus miembros (los de la CCC) en las absurdas contrataciones de la ILC; el descuido sistemático en temas cruciales como el turismo, el emprendimiento, el desarrollo y la conservación y explotación del potencial hidroenergético del que nadie da razón todavía.
Y a todo esto, hay que sumarle las ásperas relaciones del gobernador Julián Gutiérrez con su junta directiva que es la Asamblea Departamental. Y yo me pregunto: ¿cómo fueron capaces de hacer el lobby suficiente para encubrir en el propio seno de la Duma el desastre causado por Bruno Seidel en la ILC, y no lo han hecho para que se logren unas relaciones armónicas en los demás temas del gobierno? Y la respuesta es muy sencilla: en el caso puntual de la ILC, estaba presente y sólida la CCC protegiendo a su asociado, y sus amigos influyentes se supieron mover dentro del ambiente político de una manera efectiva. En el caso del gobernador, como ha desdeñado a los políticos desde un principio, y los ha minimizado, ignorado y ofendido, le va a quedar muy difícil lograr esa empatía; sobre todo, porque detrás de él está el poder de la CCC a quien no le interesa perder espacio ni cedérselo a la clase política a la cual ha denostado, pero de la cual también se ha servido siempre.
Estamos pues en un punto crítico en la historia de Caldas. Julián Gutiérrez, quien se valió y se sirvió de los votos de los políticos, del dinero de los políticos y de la estrategia de los políticos para llegar al poder, termina renegando de ellos y, ya en el trono, se lo entrega sumisamente a la CCC rompiendo cualquier relación lógica con sus nominadores y sometiendo al departamento a una peligrosa parálisis. Por eso estamos al garete.
Claro que algo bueno debemos sacar de estas dificultades: la desmitificación de los seudolíderes que se han valido de todos los métodos para acceder al poder y, una vez allí, están demostrando que, como sus señalados, lo utilizan para sus propios beneficios, con la enorme diferencia de que en las manos de aquellos al menos se mantenían las instituciones; en las de estos, tienden a acabarse. Están, en resumen, quedando en evidencia y dándonos la razón en los planteamientos que venimos haciendo desde hace años. ¡Ojalá no olvidemos esta lección y reaccionemos por fin para presionar con urgencia el relevo generacional, institucional y de liderazgo!
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Me quiero disculpar con los lectores que se han sentido ofendidos por los términos que utilicé para referirme a Javier Giraldo Neira en mi última columna. Somos humanos y, por ende, susceptibles de cometer errores y muchas veces nos dejamos llevar por la indignación. La verdad, creo que no fue la forma adecuada para responder a los insultos, injurias y denuestos a los que me he visto sometido desde hace algún tiempo por este señor; pero debo confesar que me llenó la taza cuando arremetió sus ofensas y agravios en contra de personas inocentes, cuyo único pecado es hacer parte de mi entorno y que no tienen forma de defender su honra y su prestigio de los ataques aleves que les profirió. Les ofrezco disculpas nuevamente a mis lectores y me retracto de lo dicho: Javier Giraldo Neira no es un anciano ni está decrépito.
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