La nueva versión de Colombiamoda que se realiza en Medellín, me hizo recordar que el primer grito de independencia doméstico lo di contra la moda de los pantalones cortos que mi Coco Chanel de cabecera -mi madre- nos hacía en el barrio Aranjuez de los años cincuenta, con la lenta complicidad de una máquina Singer de mano que todavía sigue dando puntadas con y sin dedal.
Con mis pantalones desfilaba feliz por la pasarela mundo. Me sentía a la altura de Charles Atlas, el ícono gringo de pelo en pecho y remolino en la próstata que había que imitar si queríamos ser hombres.
Mi austero armario de chinche incluía pantalones cortos hechos de coleta Gloria de Coltejer, y unos bombachos azules con resorte incorporado que dejaban delatoras y penosas huellas en la pierna.
Volví a ver mis pantalones en la portada del libro "Infancia", del Nobel J.M. Coetzee, regalo de mi hija. Y en una foto de infancia en la que aparezco chupando pirulí en compañía de mi hermano mayor.
Quería mis pantalones como a "como a mis zapatos viejos". Los zapatos estaban encarnados en unos descansados tenis Croydon que me reportaban un importante valor agregado llamado pecueca. Esos tenis han reencarnado con el alias de "Convers". Sin crédito alguno.
Prefiero esas prendas antañosas, así Colombiamoda ofrezca ecológica ropa con calefacción o aire acondicionado, aromaterapia, Internet con acceso ilimitado a líneas porno, chalecos que amortiguan golpes bajos, tiquetera para visitar al siquiatra, mecanismos para detectar alteraciones en la salud, chips que anticipan fluctuaciones en la bolsa y aconsejan por quién votar, medicamentos contra la migraña o la disfunción eréctil.
Al mundo, como siempre, le faltaba un tornillo, pero a mí no me dolía una muela con mis pantalones... Pero no hay dicha eterna. Empecé a dudar de mi vestimenta cuando la piernipelodocracia de la cuadra que se había bajado los pantalones, empezó a cuestionarme con la frase: "Te van a picar los pollos".
Así arruinaban la autoestima que entonces no se llamaba así. Creo que ni existía. Tampoco habían inventado la lúdica. La televisión apenas llegaba a la casa del rico de la cuadra que nos permitía a los bajitos mirar algunos programas.
Con el "te van a picar…" se burlaban porque seguíamos siendo niños, mientras ellos hacían el tránsito a adolescentes, cuota inicial para seguir a adultos.
Empecé a exigir en casa pantalones largos como los demás contemporáneos de estatura, sueños, fútbol, pecueca y mocos. Que sí, que claro, que el año entrante, que esperá a que crezcás más, era la respuesta materna.
Salir o no salir a la calle se me convirtió en un hamletiano calvario. Opté entonces por una medida heroica: exigí estudiar en un internado con la secreta aspiración de que forzosamente me bajarían los pantalones.
En casa comieron cuento, me metí a estudiar para cura en el seminario de los Agustinos Recoletos y mi ego argentino recobró sus justas proporciones. Gracias, seminario La Linda, por los favores recibidos.
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