Y como en Aguadas hacen sombreros y acaba de pasar la celebración del día de los niños, voy al grano con algunas historias de menudos. (De refilón, paso el sombrero para que los lectores que lo deseen depositen allí anécdotas similares):
Juan Miguel, cinco años, al ver un señor muy negro le preguntó: ¿Usted por qué está tan ennochecido?
Matías, siete años, le pregunta a su má si las cebras son negras con rayas blancas, o blancas con rayas negras.
Manuela, cuatro años, garabatea en un papel las letras h, n, o, i, c. Luego me pregunta:
- Papi, ¿qué dice ahí?
Le respondo:
- Ahí dice “hnoic”.
- ¡Qué bien! ¡Ya sé escribir “hnoic”!
Recuerdo lo dicho por uno de mis sobrinos de seis años cuando se puso una corbata en la nuca sin hacerle el nudo. “Tío, esta corbata me llega a los codos de las piernas...”.
Andrés, seis años, pregunta: ¿Cierto, abuelito, que por la noche el sol se disfraza de luna?
Le preguntaron a Luisa, cuatro años, si ya había llegado el nuevo hermanito: “Sí, esta mañana lo trajo la cigüeña en ambulancia”.
Samuel, cuatro años, tiene dificultad para dormir porque le teme a la oscuridad. Una noche la mamá le sugirió contar ovejas pero él le dijo que no podía porque apenas llegaba al tres.
La mamá tiene una enorme cicatriz de vacuna en el brazo derecho. Ana Mercedes, cinco años, le dijo un día: “¡Mamá, mamá, mira a dónde se te pasó el ombligo!”.
Mi hijo me preguntó si los actores que mueren en las películas cobran más.
Mariana, cinco años, hizo amistad con una niña que venía a la casa de enfrente a visitar a sus tíos, uno de ellos muy borrachín. Una vez Mariana nos pidió permiso para ir a jugar, pero regresó pronto y asustada. ¿Qué pasó?, le preguntamos: "Fue que llegó el señor borracho y me vine porque me daba miedo que me pegara la borrachera”.
En noche de luna preciosa, Irene, ocho años, les insiste a sus padres que quiere ser astronauta: "Ya saben que cuando esté grande quiero ir a la luna. Y para que se vea bien bonita voy a llegar en luna llena".
A Valentina, siete años, le hicimos la infaltable pregunta sobre qué quería ser cuando estuviera grande. Sin titubear respondió: "Pensionada como mi papi, para quedarme en la casa oyendo música y llenando crucigramas”.
Locación: Balcón de nuestra casa.
- Martín, ¿qué haces con ese palo?
- Voy a destruir la luna.
- ¡Noooo, hijo! ¿Y los lobos a quién le van a aullar?
- A mí no me gustan los lobos.
- ¿Por qué?
- Son carnívoros, papá.
- Hijo, los lobos y la luna están enamorados y por eso el lobo le canta. ¿Por qué no te gustan los lobos?
- Papá, son carnívoros.
- ¿Y eso qué?
- ¡Papá, yo soy de carne!
- ¿Quién timbra?, le preguntó el papá a Catalina, tres años. “El señor que depila el pasto, papi”. (Del libro “Palabra de niños”, de Yamile Humar).
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