‘¿Sabe? No lo hubiéramos logrado sin ustedes. Se refería a la buena voluntad de los ciudadanos del mundo que habían marchado por la libertad y la democracia de Sudáfrica. Le pregunté cómo habían hecho para reconstruir la nación sin ríos de sangre. Perdonando -dijo-, pero sin olvidar. Era el único camino’. Este fragmento es parte de una conversación entre el antropólogo y etnobotánico Wade Davis y el arzobispo surafricano Desmond Tutu, en una columna publicada en El Tiempo este fin de semana, que concluye con la frase ‘Mi corazón arde por Colombia (…) sé que encontraremos la poesía para mover a los colombianos no hacia el miedo, sino hacia los ángeles que llevan dentro’. Leyéndola me preguntaba por qué es tan difícil, por qué insistimos en tratar de encontrar soluciones y buscar salidas desde lo que nos separa, utilizando argumentos y posturas defensivas que no conducen a ninguna parte o más bien que solo contribuyen a ahondar las diferencias. Desde esta pregunta, seguí explorando y encontré una entrevista a Davis, publicada por El Tiempo en septiembre del año pasado, en la cual decía ‘Tengo una sola vida y me encanta concentrarme en lo que es bueno en los humanos. Será que soy ingenuo, pero a mí lo que me interesa siempre es lo bueno. Tengo conocimiento de la historia de Colombia. Por eso digo que el futuro es bueno y que los sueños pueden llegar a salir bien, por fin’.
Aunque pueda sonar ingenuo, como dice Davis, tal vez esa sea el ingrediente que nos haga falta para encontrar soluciones a los complejos problemas que hoy enfrentamos en Colombia, en relación con el proceso de paz; al igual que para otros conflictos de nuestra sociedad y del mundo. Alguna vez tomé un seminario sobre economía y desarrollo en la Universidad de los Andes, con el profesor Alejandro Santamaría; su idea central era que el conocimiento genera violencia y no contribuye a la convivencia pacífica. Por supuesto, el conocimiento es muy importante; sin embargo, a veces nos enamoramos tanto de nuestras ideas que por tratar de defenderlas y argumentarlas, nos perdemos de escuchar a otros y terminamos en posiciones violentas que cada vez generan una mayor polarización. Enfrascados en el mundo de las ideas y los argumentos nos olvidamos de las personas y del valor real que tienen en la sociedad, porque si el conocimiento no se pone al servicio de la calidad de vida de los seres humanos y el fortalecimiento del tejido social, cuál sería el propósito.
Creo que es muy difícil, por no decir imposible, ponerse de acuerdo desde el dolor y el resentimiento de todos los conflictos políticos, sociales y económicos que ha atravesado nuestro país; así como puede ser igualmente complicado tratar de avanzar sobre la base de la polarización y radicalización de las posturas políticas que hoy están en la agenda nacional. Si el pasado y el presente no son un buen punto de encuentro, probablemente tengamos que ser un poco más creativos para buscar un lugar diferente que nos permita avanzar en la solución de los problemas, para construir una convivencia más pacífica y un mejor país para las generaciones que vienen. Aunque pueda sonar ingenuo, me atrevo a decir que, para llegar a ese punto es necesario recuperar la capacidad de construir un sueño que inspire y convoque a muchos, para continuar a pesar de los obstáculos. La realidad es que siempre vamos a tener problemas, como personas, como familia, como sociedad; el punto no es cómo los eliminamos, sino cómo construimos a partir de ellos, cómo recuperamos la esperanza y aprovechamos lo bueno que tenemos. Quedó claro que todos tenemos un anhelo de paz y, como dice Davis ‘nuestro corazón arde por Colombia’, pero estamos enfrascados en situaciones del pasado y conflictos del presente, llenos de ‘sabios’ que no nos permiten escucharnos ¿Cuál es el país en el que queremos vivir? ¿Cuál es la paz que anhelamos? ¿Cómo podemos contribuir tú y yo, independiente de lo que digan y hagan los políticos, a crear una realidad diferente, desde nuestras posibilidades?
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