El pasado 31 de diciembre, dos observadores de la Misión de la ONU en Colombia festejaron el año nuevo bailando en un punto de preagrupamiento temporal de las Farc. Por estos hechos, desde el organismo internacional se manifestaron en el siguiente sentido: “este comportamiento es inapropiado y no refleja los valores de profesionalismo e imparcialidad de la Misión. La Misión de la ONU en Colombia tomará las medidas que correspondan.”
Evidentemente los funcionarios no debieron participar de la fiesta, mucho menos bailar. Sin embargo, el gesto aislado del baile no es un hecho tan grave como para hacer el escándalo que los opositores al proceso buscan publicitar. Lo que sí resulta preocupante es que los miembros de la Misión de la ONU no hayan sabido leer el contexto en el cual se desarrolla su trabajo de verificación.
Alcanzar una paz negociada es todo un reto, a esta última tocó invertirle 4 años, aun así y a pesar de todos los espaldarazos de la comunidad internacional y de los organismos internacionales de protección de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario, el país se encuentra dividido sobre las bondades de la misma. Tantos años de un conflicto periférico y cruel impiden que se haga evidente las ventajas de aplicar en Colombia mecanismos de justicia transicional. En este contexto, los grupos políticos aprovechan para sacar beneficios electorales. Este Acuerdo con las Farc es muy frágil, pero lo realmente complicado para finalizar con éxito un proceso de paz es la correcta ejecución de lo pactado. Por lo tanto, la implementación en el país de lo negociado en La Habana deberá llevarse a cabo con especial rigor y profesionalismo.
Los señores de la ONU, más que nadie, deberían tener claridad en dos cosas: 1. Que la legitimidad del Acuerdo es débil. 2. Que los retos importantes de alcanzar una paz duradera y estable están en la implementación exitosa del mismo. Este año será muy exigente para lograr que la desmovilización y la dejación de las armas sean positivas. El interés de todos aquellos que pretenden que la paz con las Farc sea una realidad, debe ser exigir que el proceso de implementación de lo negociado cumpla con los mayores estándares de satisfacción según lo pactado en el Acuerdo. Así las cosas, sería efectivo que los miembros de la Misión de la ONU den muestras de que tiene claridad sobre su rol y sobre el ambiente complejo en el que desarrolla su mandato.
El Gobierno y la ONU tendrán que comunicar constantemente a los colombianos los logros y los retos del proceso de implementación del Acuerdo. De lo contrario, estarán los grupos políticos que se oponen al mismo, tan efectivos en la construcción de verdades a medias y denuncias incompletas, dispuestos a buscar enemigos de la desmovilización. Asímismo, los 4 años en La Habana demostraron que los miembros de las Farc tienen vacíos importantes a la hora de hacer una comunicación pública que permita generar confianza.
Los funcionarios de la Misión de la ONU que participaron del baile deberían tener claro el contexto en el cual se desarrolla este proceso, esto les hubiera permitido poner en práctica uno de los mandamientos colombianos por excelencia: no dar papaya.
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