De la existencia de Gabriel Vallejo supe cuando, asumo, también supieron muchos caldenses: algún día del 2011 en que el Partido de la U lo anunció como su candidato a la Gobernación, carrera que a la postre perdió, podría uno especular que en buena medida, porque pocos lo identificaron como alguien realmente arraigado en el departamento. Recuerdo el comentario de un diputado: "ese debe confundir a Aguadas con Guaduas".
El par de ocasiones en que lo entrevisté percibí, sin embargo, que era alguien dispuesto a hacer bien su trabajo, y por eso prefería mantener a raya las rencillas internas de la coalición que lo apoyaba (falta ver cómo pretendía lograrlo) y enfocarse en sacar provecho de una cualidad que siempre rescató de sí mismo: la capacidad de gestión. Tan seguro estaba de ello, que alguna vez nos contó informalmente a varios periodistas que tenía la capacidad de acudir a un conocido cercano que trabajaba en una multinacional y lograr que, siendo él gobernador, la empresa se involucrara en la construcción de escenarios deportivos en cada municipio. Daba a entender, en resumidas cuentas, que como gobernante sería un gerente; que era un técnico más que un político.
Recordé estas anécdotas apenas el presidente lo dio a conocer el lunes pasado como el nuevo ministro de Ambiente, pues se repite parte de la historia: los que saben del cuento (cada día más en un mundo donde parece que los conflictos ambientales tienden a ser más visibles, o son más que antes) lo han criticado por inexperto, por ser un abogado especialista en motivar a empresarios para que ejecuten políticas adecuadas de servicio al cliente (algo cierto), y no en defender nuestros recursos naturales, o al menos en estudiarlos. Vallejo pidió, otra vez, un compás de espera para que le permitan demostrar su capacidad de gestión.
Su situación como político inexperto pretendiendo llegar a la Gobernación era, a pesar de todo, manejable. Ahora, como ministro aprendiz encargado de la política ambiental, queda uno con una duda enorme. El problema va más allá de su desconocimiento; tiene que ver con esa aparente intención de ser un mero técnico, inmerso, sin embargo, en un sector pletórico de conflictos sociales.
Me explico. Recuerdo con este caso las reflexiones del historiador Marco Palacios sobre la manera como la figura del economista-administrador remplazó la del político-abogado en la conducción del Estado colombiano desde la segunda mitad del siglo XX. Fue el nacimiento de nuestra tecnocracia, un cuerpo de profesionales que "encarnó esa supuesta cualidad de neutralidad ideológica, esencial en un régimen (el Frente Nacional) que había proscrito la controversia". El tecnócrata, en sentido lato, tiende a negar lo político entendido como encarnación de tensiones sociales, o al menos a subvalorarlo frente a la aplicación de fórmulas que operan matemáticamente. Fórmulas que, a propósito, son todo, menos neutrales.
Pretender jugar ese papel a la hora de delimitar los páramos, de otorgar licencias ambientales, de definir el futuro de la Gran Colombia Gold en Marmato es una muestra de candidez, y sobre todo de la ignorancia que le atribuyen sobre el sector. Mire para donde mire, Vallejo se encontrará con conflictos ambientales, que no serán otra cosa que conflictos sociales, y estos a su vez serán más complejos que el esquema de dos partes enfrentadas. Dos más dos, por lo tanto, no será siempre cuatro.
La oposición entre el tecnócrata y el político-abogado no quiere decir que si lo primero no convence entonces deba optarse, con todos los vicios conocidos, por lo segundo. Lo que quiero decir es que pretender esa neutralidad, esa toma de decisiones aparentemente impolutas solo porque se dedica a cumplir la ley, puede ser contraproducente en ese cargo. El Ministerio de Ambiente es una luz que algunos todavía vemos, a pesar de lo tenue, como esperanza de que la institucionalidad oficial algo puede hacer por nuestro futuro, y eso solo se logra si toma partido por la sostenibilidad real y segura, no por la vía de hacerles pasito a "los inversionistas" para evitar desincentivarlos.
Gabriel Vallejo también tendrá la oportunidad de jugar un rol destacado. Por ejemplo, de incluir a las comunidades en las discusiones sobre el futuro de su entorno natural, y no solo de socializarles decisiones ya tomadas; de llegar a consensos con los empresarios de proyectos de impacto ambiental, para que entiendan las consultas previas como un derecho y no como ganas de joder de los nativos. Puede hacer mucho o, al menos, si no lo dejan, dejar constancia de que lo intentó. Valga decir todo esto, aunque impera la duda.
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