El Día Internacional de la Niña que se conmemora el 11 de octubre, se instaló mediante la Resolución 66/170 de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 19 de diciembre de 2011, con el objetivo de reconocer los derechos de las niñas y los problemas excepcionales que ellas padecen en todo el mundo.
Así lo conmemoramos hace dos años cuando una maravillosa algarabía se sintió en el Salón Boyacá del Congreso de la República, se trataba de la llegada de decenas de niñas provenientes de distintos lugares de Colombia quienes querían desde este recinto alzar sus voces para presentar no solo sus exigencias y denuncias sino también para compartir sus sueños.
Las escuchamos con atención, la mayoría de ellas provenían de la Colombia profunda, de los territorios de la guerra donde más de dos y medio millones de niños y niñas han sido víctimas de este conflicto armado por desplazamiento, reclutamiento, violencia sexual, violencia intrafamiliar, y otras violencias más estructurales como la ausencia de oportunidades para tener una institución educativa de excelencia; de territorios seguros para llegar a sus escuelas; internados acogedores e idóneos, nombre con el que se conocen los lugares donde más de 50.000 niñas y niños, hijos de campesinos, indígenas y afros deben permanecer durante semanas o en ocasiones meses para disfrutar de espacios educativos con sus maestras y compañeros.
Recuerdo en especial una intervención, la de aquella niña que nos dijo entre lágrimas que quería ser política, que quería ser presidenta de Colombia para poder trabajar por otras niñas y para que éstas tuvieran oportunidades para vivir dignamente, tener una buena educación, ser felices, poder vivir en paz.
Al escucharla me pregunté por la travesía que tendría que recorrer esta niña y muchas niñas más en el país para hacer realidad sus sueños. Y si bien, reconozco que dicha travesía pasa por garantizar un primer derecho: vivir su niñez y su adolescencia, es decir, contar con familias que puedan amarlas y protegerlas, acceder a una educación que enriquezca sus vínculos con su comunidad, su territorio, con el mundo; a servicios de salud que impidan que mueran de enfermedades que pueden prevenirse, de educación sexual para evitar embarazos tempranos, de espacios culturales para encontrar múltiples formas de vincularse y fortalecer sus expresiones artísticas.
Pero pensé también que este sueño tiene mucho que ver con sus subjetividades, con sus formas de ser y estar en el mundo, con sus formas para expresar y tramitar sus emociones, sus imaginarios de éxito, fracaso, su consciencia de seres sujetos a la contingencia y la incertidumbre, sus múltiples interacciones. Subjetividades que tienen que ver con sus referentes más cercanos y mediáticos para construir sus identidades. Con sus recursos psicológicos, sociales y culturales para haber sobrevivido al horror, a la guerra, a las múltiples violencias.
Subjetividades que tienen relación con la manera como han asumido sus liderazgos, con interacciones que les permitan escapar al mandato de esta sociedad colombiana de ser individualmente exitosa, de destacarse pasando por encima de la otra, recurriendo al todo vale, domesticando el egoísmo tan propio de estas sociedades contemporáneas. Subjetividades que nos invitan a trabajar sobre los procesos de construcción de las autonomías de las niñas, de sus espacios de libertad y las condiciones reales de igualdad.
La visibilidad de las niñas en el mundo y en Colombia pasa por garantizar sus derechos, pero debe ir más allá, debe contemplar las distintas dimensiones de sujeto, sus derechos, sus deberes, sus deseos. Esta visibilidad pasa por su empoderamiento, es decir, por su reconocimiento como personas con poder, con un poder no para someter, dominar sino con un poder colectivo y emancipador.
La visibilidad de las niñas pasa por la politización de su vida cotidiana, por la urgencia de tejer un Nosotras - nosotros en medio de las diferencias. La tarea de hoy debe partir de las luchas de muchas mujeres, quienes nos enseñaron que lo privado era público y también político, que nos invitaron a trabajar colectivamente por la defensa de nuestros derechos, a desobedecer a los mandatos de la cultura patriarcal, a desobedecer creativamente. Ellas nos invitan a amar en libertad, a amar de tal forma que no nos sintamos atadas, manipuladas, dominadas, violentadas.
La profesora y psicoanalista argentina Ana María Fernández, en su libro: Las lógicas sexuales: amor, política y violencias nos recuerda que cada generación tiene sus desafíos. Las niñas con las cuales trabajamos hoy enfrentan desafíos distintos a las niñas de hace 10, 20,30 años, a las niñas que fuimos nosotras mismas. La historia y sus historias configuran formas de ser y estar en su mundo, en el mundo, quizá lo más importante en nuestro trabajo con y por ellas sea propiciar el que a ellas les toca pensar, que este momento histórico les pertenece, y que estamos allí para acompañarles en un rico diálogo pedagógico en donde todas aprendamos.
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