Un hecho que generalmente despierta ternura entre los seres humanos tiene relación con el nacimiento de un miembro de la comunidad. Hoy, con las modernas tecnologías en imágenes y audios, se puede observar al feto dentro del útero desde temprana edad, reemplazando la incertidumbre e informando sobre su estado físico desde lo simplemente anatómico hasta lo funcional.

Atrás han quedado la espera y las incógnitas durante el tiempo del embarazo, descubiertas únicamente por los movimientos del feto, el líquido amniótico, sus ruidos cardíacos, su crecimiento o su posición dentro de la matriz.

La contemplación del recién nacido produce un impacto emocional maravilloso entre los padres o al menos en la madre, salvo en algunos casos en donde no es deseado el producto de la relación, por motivos que no son el caso analizar. Con las horas, luego del parto se van produciendo intensos vínculos entre madre e hijo, que son extensivos al padre simultánea o paulatinamente.

Con la presencia del pequeño en los brazos de la madre o del padre, o sobre sus primeras ropas de cama, van apareciendo los familiares, amigos y conocidos, quienes desean llevar las albricias al nené y de paso felicitar a padres, abuelos, tíos o primos, por el nuevo miembro de la familia.

Comienza desde que nace la construcción de una obra digna del mejor artista. Ya no se contentan con un bebé sano en todo sentido. Aparecen inicial y tímidamente las comparaciones del más vasto recuerdo familiar, las cuales se van incrementando con el tiempo y jamás desaparecerán porque aún en la vejez no falta quien establezca similitudes entre la persona que tiene al frente y otras que por lo general han desaparecido, llegando de improviso: ¡Es la misma figura del papá o de la madre! ¡Vaya a saberse! Ni siquiera el bisabuelo está en paz aunque tenga Alzheimer.

Entonces como un torrente vienen todos los cotejos. El pelo del recién nacido es motivo, como todo su cuerpo y movimientos, de búsqueda entre la familia y viene: ¡Así lo tenía Cardelina! Por supuesto la madre, para terminar con: ¡Lisito y abundante! ¡Aah, pero las entradas, mírenlo, igual al taita Soconías!

Cardelina y Soconías, se miran y se sonríen discretamente. ¡Qué ocurrencias! Viene una amiga de la pareja feliz y les espeta: ¡Tan morenito, pero es un encanto! El nené ni se mueve y todavía tiene los párpados entrecerrados y ya el dictamen inunda la habitación: ¡Tiene los mismos ojos que Mucalino!, ¡el tío menor!

Otros familiares y amistades llegan en los siguientes días con los presentes, todo ello dentro de un ambiente de felicidad enorme, pero no se dejan de producir expresiones como: ¡Tiene un aire de mamá!, si es que no expresan de improviso: ¡Es un tocolino o, es un arracolino! Los apellidos del padre y de la madre.

Quienes ven al bebé y luego lo vuelven a observar no tienen el más mínimo pudor en anunciar: ¡Cada vez más parecido a la tía Graciliana!, sin importar el sexo del pequeño.

Cuando sacan al infante y lo llevan en su cochecito, se arriman conocidos y lo miran y vuelven la cabeza hacia los padres y no desperdician la oportunidad de opinar sobre las orejitas: ¡Perfectas, pegaditas y son como las del primo Casimiroloco!

Al mes, lo vuelve a ver otra amiga de la familia: ¡Pero si está blanqueando! Ábrase oído semejante opinión racista que no preocupa a los padres. Café o azul o rojo es igual de querido por ellos, que es lo que importa.

En un momento dado, se le cae el pañal y orina el crío. La abuela no se demora: ¡Qué bien, está armadito como su primo Manolín!

¡Los pies y las manos grandes como Pacholín! El mentón, los labios, la nariz, son objeto de confrontaciones, hasta: ¡Se ríe igual que el hermano! El nené apenas se frunce.

Todos son escultores pero si todo se mezcla el resultado es una persona totalmente diferente. ¡Todos tienen derecho a opinar, ni más faltaba!

Nota: ¿Está el país preparado para una emergencia sanitaria?