Ha partido una Maestra que dejó inmensa huella. Profesora de trayectoria ejemplar, de estirpe caldense y formada en la Universidad de Antioquia, su Alma Máter que nunca olvidó. Compartió su corazón con su querida e inolvidable: Universidad de Caldas, en donde ejerció y cumplió con su vocación indeclinable, hasta llegar a la merecida pensión, que siempre estuvo resguardada, con justicia y afortunadamente, de los avatares de la judicialización.

Su presencia determinada en primera instancia por su reconocida figura y sus modales envidiables porque estaban plenos de sentido humanitario en las relaciones interpersonales, llenó espacios en la Universidad y se hizo imprescindible por su actuar en todas las áreas académicas y administrativas de la Institución.

Entendió su misión como un compromiso ineludible con quienes le requerían con sus ideas, sus argumentos y su trabajo con el afán de construir y mantener una Alma Máter cada vez mejor, aún a costa de su tiempo y familia. Nunca claudicó y jamás escatimó concepto ni esfuerzo ni segundo en bien de los intereses de su labor docente, aun así no compartieran con ella, las mismas estrategias educativas.

La primera característica de la Maestra María Leonor fue su permanente entereza de carácter. Ello le permitió la defensa de su pensamiento a través del tiempo sin que las veleidades administrativas del momento la desviaran de su rectitud hacia su Institución, sus colegas profesores, sus estudiantes y personas de la administración con quienes compartió sus tareas.

Tuvo contradictores pero siempre los entendió como la expresión de lo natural entre seres humanos que tenían diferentes visiones sobre una misma idea, imagen, palabra u objeto.

Sin lugar a dudas, la franqueza con respeto con la que asumía sus posiciones establecía la diferencia y siempre era necesario oírla por los conceptos con los cuales ella asumía sus posiciones ante cualquier acontecer universitario.

Nada le era extraño en el ámbito Institucional porque fue una constante estudiosa de las personas y de las acciones que emprendían ellas en bien de su querida Universidad. No estuvo de acuerdo con las posiciones facilistas de quienes tenían la obligación de comprometerse con sus trabajos y dar todo de sí para beneficio de la sociedad a la que sirve su Alma Máter.

Una mujer inteligente que lo demostraba en sus análisis completos sin las estrecheces de lo mundano que podía interferir en su criterio. Estudiaba y hacía los balances necesarios antes de decidir lo que a ella correspondía como una académica de primer orden. La honestidad era innata en ella.

Su presencia en la Facultad de Educación y sus secciones antiguas, en el Consejo Académico y Superior, además de otros organismos colectivos, era prenda de garantía para contar con un miembro de verdad universitario, comprometido sin límites y a veces adoptando posiciones académicas contrarias pero de gran valor, cuando era necesario, por el bien de la Universidad.

La lealtad, observada como la cualidad de estar al lado de personas o tesis que ella consideraba eran dignas de su aprecio y consideración, no le impedía distanciarse en las oportunidades que era necesario en cumplimiento de su leal saber y entender por lo que no claudicaba ante las adversidades sino que trataba de comprender y tolerar para así hacer causa común sin menoscabo de la verdad y del beneficio común.

Su colosal deseo de servicio la llevó al sacrificio de su merecida tranquilidad cuando aceptó voluntariamente cargos de dirección en el Fondo de Empleados de la Universidad de Caldas. Ello se constituyó en una refrendación de lo que siempre quiso e hizo en función de sus propios ideales: Lo que debía hacer, lo hacía.

Sus amigos dan testimonio de una amiga inmejorable e intransferible en el refugio de lo personal. Atenta, oportuna, prudente y eficaz, con el apoyo honrado e ilimitado cuando era merecido o con la dulce advertencia cuando no era conveniente.

En la familia, las sentidas palabras de su sobrina, lo expresan todo. El río Guacaica ha sido su deseado fortín final.