La palabra maestro guarda un complejo sentimiento que representa una vida tanto en quien ostenta el título como en aquel que lo reconoce en otra persona y sin dificultad lo proclama sin ambages, sin límite de auditorio, tiempo o prójimos.

El solo tiempo no concede el honor de tener la categoría de maestro. Se han expresado infinidad de conceptos a través de los siglos para exaltar a quienes han logrado sobrepasar lo rutinario en la vida y en la forma de entenderla y desarrollarla a través de la vida de su existencia sin claudicación alguna.

Lo más lejano de un verdadero maestro es un ídolo de barro, o de oro, o público amparado solo en lo terrenal cuantificable y finito. El verdadero maestro es inconmensurable y no tiene reserva en expandir sus cualidades, conscientes o no, a quien lo rodea o que en la distancia siente su presencia a través de las más modernas tecnologías o simplemente por el imborrable recuerdo.

El departamento de Caldas ha sido pródigo en maestros, en todas partes han emergido hombres y mujeres que han adquirido por sus sobresalientes cualidades personales, el epígrafe de maestros.

Porque no solamente son la instrucción, la forma externa de desempeñarse ni nada que sea pasajero, los pilares de su reconocimiento, aunque es conveniente mencionar que sus modales frente a los demás lo hacen más asequible y es entendido que modernamente maestro no siempre encarna la oralidad ni la presencia física. El maestro cuando adquiere, aunque no pocos insisten en las construcciones desde su vida fetal, su personal connotación meritoria es intransferible, de por vida, y con ese título llega hasta el final de sus días cuando ya no importan ni los bienes ni los cargos ni nada que se interponga entre lo esencial y lo superfluo. Así, la concepción de maestro es fundamental, no es un epíteto de burla cuando se expresa con conocimiento de causa y sentir pleno.

Tres Maestros, con mayúscula, finalizaron sus vidas este año: Alfonso Palacio Balbín, Hernán Gaviria Restrepo y la semana anterior Gustavo Álvarez Llano. Todos ellos de diferente connotación personal, académica, familiar y social en cuanto a su función en la mayoría del tiempo dedicado a los demás.

Los biógrafos determinarán las minucias de sus hojas de servicios, pero a todos hay que dedicarles un recuerdo de su paso por las actividades que cada uno escogió para enarbolar la bandera de la entrega, porque Maestros como ellos, con sus funciones como docentes de plena labor, administradores en mayor o menor proporción y un inmenso sentido de solidaridad como el que encendía Hernán Gaviria entre sus estudiantes y colegas, deben reconocerse como unas vidas bondadosas sin remisiones.

El cumplimiento de sus funciones, de manera estricta, no los apartó de la categoría de Maestros. Alfonso Palacio Balbín un hombre de carácter y de una inmensa sabiduría ya no sobre las materias a su cargo sino en la concepción del significado del ser humano, inculcando como los demás disciplina sin menoscabo del entendimiento de las vicisitudes de las personas, lo que los hacía preeminentes.

Hernán Gaviria Restrepo, docente a prueba de lo frívolo, un Maestro que entendió perfectamente su misión frente a los demás. Solidario hasta el sacrificio. Su virtuosismo lo traducía en bellos trazos que representaban la transparencia de su espiritualidad. Su seriedad como la de los tres, lo hacía distante pero era un engaño que a veces esgrimen los Maestros tímidos y dueños de una intensa vida interior.

El médico Gustavo Álvarez Llano, ejemplificó su vida con una entrega indeclinable a su trabajo y a su familia, como los tres. Con una lealtad irrevocable hacia sus superiores y compromisos, saliendo invicta de toda prueba. Sufría con todos a quienes trataba y debía hacerles observaciones sobre sus labores. En todos sus ademanes y voz de padre cubría las dificultades de sus subalternos, en otros casos la seriedad extrema fue el emblema que le permitió comprender, reprender y solucionar.

Nota: La esencia del Hospital Universitario no radica en el cemento ni en los muebles.